Harry probablemente era el hombre perfecto para Ginebra y, al igual que todas, suspiraba entre los pasillos y salón de clases por él. Pero tenía tres grandes problemas para poder conquistarlo. Uno, era su profesor; Dos, era el mejor amigo de su herm...
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Harry.
Solté un gruñido cuando sentí mi pie doblarse con torpeza. Me detuve en la acera y observé el agujero del suelo, viendo con malhumor lo que pude haber evitado. Sequé el sudor de mi frente con la manga de mi hoodie y quité los airpods de mis oídos mientras seguía maldiciendo el pinchazo de dolor que sentía cada vez que daba un paso hacia la casa.
Tal vez había sido una mala idea el haber ido a trotar esa mañana, pero no tenía otra opción si deseaba quitar un poco de la tensión que tenía desde la noche anterior, cuando había asaltado a Ginebra en el asiento trasero de mi vehículo. Por eso, me había levantado después de que Marcos se marchara de casa, con la excusa de que tenía una reunión en día Domingo. Y, cuando salí a trotar, solo pude distraerme al escuchar la música y pensar en otra cosa que no fuera ella.
Era un idiota, y no me cansaría de repetirlo.
Quité el gorro de mi cabeza al llegar, buscando las llaves dentro del bolsillo de mi buzo mientras continuaba caminando con la mirada gacha, sin percatarme de la persona que estaba sentada en los escalones de la entrada. Y, al mirar, toda la tensión en mi cuerpo volvió.
Me quedé de pie frente a ella luego de haber tomado las llaves.
—Hola —saludó con una sonrisa a la vez que se colocaba de pie—. ¿Te encuentras bien? —pregunta al notar mi cojeo hasta ella.
¿Qué hacía aquí?
Necesitaba pensar. Estar alejado de ella aunque fuera solo un día.
—Me doblé el tobillo al llegar, en un agujero.
Pasé por su lado para subir los tres escalones. Introduje las llaves y la observé de reojo, notando que aún seguía mirándome con una pequeña sonrisa mientras sus manos se encontraban detrás de su espalda, indicando que tal vez estaba algo ansiosa por querer conversar conmigo.
Cuando ingresamos, miró hacia ambos lados, buscando a su hermano.
—¿Dónde está?
Apreté mis labios.
—No se encuentra. Salió muy temprano de casa, y no sé dónde habrá ido —dejé las llaves sobre una mesa de la entrada—. ¿Qué haces aquí?
Tal vez había sonado más duro de lo que hubiera querido, ya que su expresión cambió automáticamente a una avergonzada, lo que muy pocas veces había apreciado al estar a su alrededor.
—Creí... que sería genial venir a verte —dijo en un murmuro.
Suspiré.
—Ginebra.
—¿Harry? —preguntó con inocencia.
Negué con la cabeza mientras caminaba con pequeños saltos hasta la cocina. Saqué un vaso y lo llené de agua antes de beberlo, mirando como Ginebra volvía a seguirme hasta el lugar sin dejar de verme con curiosidad.