Harry probablemente era el hombre perfecto para Ginebra y, al igual que todas, suspiraba entre los pasillos y salón de clases por él. Pero tenía tres grandes problemas para poder conquistarlo. Uno, era su profesor; Dos, era el mejor amigo de su herm...
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Harry.
Ginebra estaba en mi habitación, mirando por entre la abertura de la puerta para ver si Marcos salía de su cuarto, lo que me hizo cerrarla para evitar que él pensara algo más que no deseaba. Prácticamente, la había llevado a la fuerza a la casa para poder conversar con un poco más de tranquilidad. No iba a soportar esperar hasta el día siguiente, además, sabía que Ginebra podría arrepentirse de hablar después de todo lo sucedido.
Ella me observó a los ojos con expresión endurecida después de cerrar la puerta.
—Mi hermano nos matará a ambos.
—Lo sé. No le agrada cuando hago todo a escondidas —confesé—. Así que es mejor que hablemos en voz baja, para que no piense algo de más.
Entornó sus ojos.
—¿Por qué me trajiste?
—Quiero hablar.
—Hace casi una hora atrás me has dicho que querías hablar al día siguiente.
—Lo sé. Soy algo cambiante.
Ginebra giró hacia mi cama, sentándose en la orilla mientras quitaba sus tacones. Pronto, se deshizo de su abrigo también. Y al acercarme a su lado, se alejó un metro para evitar que la tocara. Esa podía ser la primera vez que presenciaba su rechazo hacia mí.
Solté un suspiro cuando comencé a jugar con mis anillos.
Era un método efectivo para controlar un poco mi ansiedad.
—Me gustaría contarte desde el inicio. Y sé que tenemos tiempo para hablar toda la noche.
Ella se removió incómoda en su lugar.
—Cuando hablas del inicio. ¿A qué te refieres?
Miré mis manos al entrelazarlas de manera nerviosa.
—Cuando me di cuenta de que era bisexual.
—¿Estás seguro de que deseas hablar de esto?
Asentí mientras mi pensamientos se dirigían hacia la primera vez que vi a Thomas, logrando que volviera a caer en el sentimiento amargo de lo recuerdos. Ginebra se dio cuenta de ello, por lo que esta vez tan solo se quedó en silencio para que comenzara hablar de una vez. Y, esperaba no cometer el error de confesar todo lo que llevaba guardado.
—Cuando Thomas llegó al viñedo... —tragué saliva al mirarla de reojo—. Solo teníamos doce años de edad. Y solo era amistad... No había nada de extraño en ello.
Solté un suspiro cuando miré hacia el frente, como si aquello fuera un método para poder expresarme de mejor manera.
—Pero con el pasar del tiempo, sentía la necesidad de estar siempre cerca de él. Me sentía seguro y... a gusto con Thomas. Y sabía que él también sentía lo mismo, ya que nunca nos apartábamos —solté una pequeña risa al recordarlo de buena manera—. Éramos unos críos enamorados y no lo sabíamos.