1.21: 𝐋𝐚 𝐥𝐥𝐞𝐠𝐚𝐝𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐨𝐭𝐫𝐨𝐬 𝐜𝐨𝐥𝐞𝐠𝐢𝐨𝐬

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Aquel día del 30 de ocutubre había en el ambiente una agradable impaciencia. Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estábamos mucho más interesados en la llegada aquella noche de la gente de Beauxbatons y Durmstrang. Hasta la clase de Pociones fue más llevadera de lo usual, porque duró media hora menos. Cuando, antes de lo acostumbrado, sonó la campana, salimos a toda prisa hacia la torre de Gryffindor, dejamos allí las mochilas y los libros tal como nos habían indicado, nos pusimos las capas y volvimos al vestíbulo. Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas.

—Weasley, ponte bien el sombrero —le ordenó la profesora McGonagall a Ron—Patil, quítate esa cosa ridícula del pelo.

Parvati frunció el entrecejo y se quitó una enorme mariposa de adorno del extremo de la trenza.

—Síganme, por favor—dijo la profesora McGonagall—Los de primero delante. Sin empujar...

Cuando la profesora McGonagall dijo eso sentí que un chiquitín chocó contra mi.

—Oh lo siento mucho—dijo una voz muy dulce y me sonaba conocida, era Dennis Creevey el hermano menor de Colin Creevey

—No te preocupes pequeño, anda ve, te dejan atrás—puse mi mano en la espalda del pequeño dándole un pequeño empujóncito

—Gracias—dijo con una sonrisa en el rostro y apresuró su paso para alcanzar a sus compañeros, sonreí enternecida, este niño era lo más lindo que había en Hogwarts.

Bajamos en fila por la escalinata de la entrada y nos alineamos delante del castillo. Era una noche fría y clara. Oscurecía y una luna pálida brillaba ya sobre el bosque prohibido.

—Son casi las seis —anunció Ron, consultando el reloj y mirando el camino que iba a la verja de entrada—¿Cómo piensan que llegarán? ¿En el tren?—preguntó el pelirrojo

—No creo —contesté.

—¿Entonces cómo? ¿En escoba? —dijo Harry, levantando la vista al cielo estrellado.

—No creo tampoco...no desde tan lejos...

—Deberá ser genial cuando lleguen—Dijo Fred detrás mío

—¿En traslador? —sugirió Ron—¿Pueden aparecerse? A lo mejor en sus países está permitido aparecerse antes de los diecisiete años.

—Nadie puede aparecerse dentro de los terrenos de Hogwarts. ¿Cuántas veces se los lo tengo que decir? —exclamó Hermione perdiendo la paciencia.

Empezaba a tener un poco de frío. Quizá los extranjeros preparaban una llegada espectacular...Y entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores Dumbledore gritó:

—¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

—¿Por dónde?—preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.

—¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque.

Una cosa larga, mucho más larga que una escoba (y, de hecho, que cien escobas), se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.

—¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero, perdiendo los estribos por completo.

—No seas idiota...¡es una casa volante! —le dijo Dennis Creevey.

La suposición de Dennis estaba más cerca de la realidad. Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas y la luz que provenía del castillo la iluminó, vimos que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande que volaba hacia nosotros tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante.
El carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Entonces golpearon el suelo los cascos de los caballos, que eran más grandes que platos, metiendo tal ruido que Neville dio un salto y pisó a un alumno de Slytherin de quinto curso. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos.

Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación y desplegó una escalerilla dorada. Respetuosamente, retrocedió un paso. Entonces vi un zapato negro brillante con tacón alto, que salía del interior del carruaje. Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que habíamos visto nunca. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas. Algunos ahogaron un grito. En toda mi vida, sólo había visto una persona tan gigantesca como aquella mujer y ése era Hagrid.

Al dar unos pasos entró de lleno en la zona iluminada por la luz del vestíbulo y ésta reveló un hermoso rostro de piel morena, unos ojos cristalinos grandes y negros y una nariz afilada. Llevaba el pelo recogido por detrás, en la base del cuello, en un moño reluciente. Sus ropas eran de satén negro, y una multitud de cuentas de ópalo brillaban alrededor de la garganta y en sus gruesos dedos. Dumbledore comenzó a aplaudir.

Los estudiantes, imitando a su director, aplaudimos también, muchos de nosotros de puntillas para ver mejor a la mujer incluyéndome entre ellas, pues Ron al intentar ver un poco más y ser más alto que yo se posó en frente mío para ver mejor, Fred lo notó por que estiro la mano y le dió un sape a Ron quien inmediatamente volteó indignado mirándome.

—Oye, auch—su mano se posó en su nuca sobándose.

—Fui yo, no dejas ver a la enana—dijo Fred, Ron me miró y me fulminó, yo le mostré la lengua como toda una persona madura que soy y tomándome del brazo me movió a su lugar y el se puso en el mío ahora veía mucho mejor a la mujer.

La mujer avanzó hacia Dumbledore y extendió una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela.

—Mi querida Madame Maxime —dijo—bienvenida a Hogwarts.

—«Dumbledog» —repuso Madame Maxime, con una voz profunda—«espego» que esté bien.

—En excelente forma, gracias —respondió Dumbledore.

—Mis alumnos —dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto lánguido.

Note a unos doce alumnos, chicos y chicas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años, habían salido del carruaje y se encontraban detrás de ella. Estaban tiritando, lo que no era nada extraño dado que las túnicas que llevaban parecían de seda fina y ninguno de ellos tenía capa.

—¿Ha llegado ya «Kagkagov»? —preguntó Madame Maxime.

—Se presentará de un momento a otro —aseguró Dumbledore—.¿Prefieren esperar aquí para saludarlo o pasar a calentarse un poco.

—Lo segundo, me «paguece» —respondió Madame Maxime—«Pego»los caballos...

—Nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas se encargará de ellos encantado—declaró Dumbledore—en cuanto vuelva de solucionar una pequeña dificultad que le ha surgido con alguna de sus otras... obligaciones.

—Mis «cogceles guequieguen»... eh... una mano «podegosa» —dijo Madame Maxime, como si dudara que un simple profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas fuera capaz de hacer el trabajo—Son muy «fuegtes»...

—Le aseguro que Hagrid podrá hacerlo —dijo Dumbledore, sonriendo.

—Muy bien —asintió Madame Maxime, haciendo una leve inclinación—Y, «pog favog», dígale a ese «pgofesog Haggid» que estos caballos solamente beben whisky de malta «pugo».

—Descuide —dijo Dumbledore, inclinándose a su vez.—Allons-y! —les dijo imperiosamente Madame Maxime a sus estudiantes y los alumnos de Hogwarts nos apartamos para dejarlos pasar y subir la escalinata de piedra.

—¿Qué tamaño calculan que tendrán los caballos de Durmstrang? —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para dirigirse a nosotros

—Si son más grandes que éstos, ni siquiera Hagrid podrá manejarlos ¿no?—contestó Harry a Seamus de mala gana y Hermione me codeo levemente, la miré y ella me mostró una sonrisa mientras alzaba una ceja.

—Y eso si no lo han atacado los escregutos. Me pregunto que le habrá ocurrido.—dije yo mientras veía raro a Hermione

—A lo mejor han escapado —dijo Ron, esperanzado.

—¡Ah, no digas eso! —repuso Hermione, con un escalofrío—Me imagino a todos esos sueltos por ahí...

Travesura realizada

✯𝐌𝐢 𝐃𝐢𝐠𝐠𝐨𝐫𝐲✯ 𝚑𝚊𝚛𝚛𝚢 𝚙𝚘𝚝𝚝𝚎𝚛 𝚢 𝚝𝚞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora