8:a

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Y el resto de ese día...

Bah, ¿a quién le importa? Ya sabes, Bob, la escuela es la escuela, una de esas experiencias vitales por la que todos los chicos tenemos que pasar para convertirnos en vosotros. Entonces nos preguntamos de qué iba todo aquel alboroto, sobre todo mientras limpiamos vuestros pequeños desastres: vertidos tóxicos, tras guerras, rescate de bancos... En serio, si nosotros hubiéramos acumulado deuda del modo en que lo habéis hecho vosotros, nos habríais castigado, requisado el móvil y obligado a limpiar retretes con un cepillo de dientes hasta devolver el último penique.

En cualquier caso, apuesto a que las cosas no han cambiado mucho desde tu época en la escuela. Los únicos que la disfrutan son los chicos hiperpopulares, con miles de seguidores en Instagram y una tarjeta de crédito sin límite, o los verdaderos empollones. Y los deportistas, supongo. El resto pasamos desapercibidos o, al menos, lo intentamos. Así que ahí va la única cosa importante. Dos cosas, de hecho. Vale, tres.

8:b

Uno: En clase de química, el señor Anderson no me pidió que me levantara y me ahorré tener que soltar mi discursito. Sí, pasó lista, pero al llegar a mi nombre no alzó la vista ni hizo una pausa, se limitó a seguir y mi nombre se perdió en la maraña general. Tal vez pensó que ya había tenido bastante. De todos modos, para entonces casi todo el  mundo conocía mi historia. Así que habría sido una más de la masa de anónimos, si no fuera porque...

8:c

Dos: Justo después de que pronunciara mi nombre, Danielle le susurró algo a una compañera. Nada audible, pero cuando empezaron a reírse por lo bajo, el señor Anderson hizo una pausa, la taladró con la mirada y le preguntó si había algo que quisiera compartir.

Danielle parecía asombrada, como si no pudiera creer que le hubiera llamado la atención. 

-¿Disculpe? 

-Te he preguntado si te gustaría compartir con nosotros tu conversación o bien proseguirla en el pasillo. -El señor Anderson se cruzó de brazos y se apoyó en la pizarra-. Estaremos encantados de esperar a que acabes. 

En la aula reinaba un silencio de muerte. Todos miraban a Danielle, incluso yo. De hecho, no podía evitarlo: me había sentado en la última fila, así que vi cómo el rubor le subía por el cuello. 

-No -contestó Danielle con un hilo de voz-. Lo siento. No volverá a pasar.

-Excelente -dijo el señor Anderson-. Bien ¿por dónde iba? Ah, sí... ¿Jim Morris?

8:d

Y tres: El señor Anderson nos dio una charla de media hora sobre seguridad, el currículo, blablablá. Y luego hizo un experimento. -Veamos qué le ocurre al hexano²

 líquido en contacto con el aire y sobre un cristal -anunció después de apagar las luces. 

Estábamos todos apiñados alrededor de la mesa de pruebas, con los ojos abiertos como platos. Vertió algunas gotas sobre una placa tan grande como la lentilla de un elefante. Después sujetó un pedernal sobre la placa y levantó una lluvia de chispas. El hexano prendió con un leve siseo. La llama, nítida y muy brillante, casi blanca, ardía lentamente. Todos soltaron exclamaciones de admiración. Si hubieras estado allí, Bob, habrías visto como yo el modo en que el señor Anderson palmeaba el cristal y cogía un puñado de llamas con las manos desnudas.

-Ahora, mirad qué ocurre cuando el hexano está dentro de una botella de plástico. Será mejor que os apartéis un poco. Cubrió la botella, metió con cuidado una larga varilla por el cuello y prendió una chispa.

¡Bum! El hexano estalló en una fuente de fuego brillante y violenta que escapó a borbotones de la botella, como una antorcha. Todo el mundo soltó un grito ahogado y se oyeron un par de aplausos. Alguien dijo:

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora