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Segunda hora; inglés avanzado.  Crucé el umbral como una exhalación después de que sonara el timbre para los rezagados. Por supuesto, los únicos asientos que quedaban libres eran los de la primera fila. Me escurrí hasta uno situado cerca de la pared. Todos me ignoraron, lo cual me pareció perfecto. Al profesor, Dewerman, no se lo veía por ninguna parte. Casi todo el mundo estaba hablando con alguien, excepto una chica sentada dos filas por detrás de mí que no apartó la mirada. Era guapa, con un aire deportivo: una larga coleta rubia, piel tersa y ropa pija, la típica animadora, o tal vez capitana del equipo de fútbol. Cuando mis ojos se apartaron de ella, se volvió para cuchichear con otra chica; me echó un vistazo, hizo una mueca, soltó una risita tonta y le contestó también entre susurros.

Aparté la vista. Una de las técnicas de supervivencia que había aprendido en el psiquiátrico era cómo detectar rápidamente a los enemigos potenciales y los capullos comunes. A Cola de Caballo no le gustaba , eso estaba claro. <Perfecto. Tú no me molestas. Y yo no te molestaré.> Pero me preguntaba qué había hecho para cabrearla. A menos que, por principios, le desagradaran los nuevos. Eché un vistazo a las paredes. A Dewerman le gustaban los pósteres en los que aparecían famosos exhortándote a leer y también las reproducciones de cuadros: Van Gogh, Rembrandt, Picasso. Detrás de su escritorio y alineados a lo largo de la pared que quedaba a mi izquierda había tres estanterías repletas de libros, ordenados alfabéticamente. Recorrí los lomos con la mirada, y el título de un libro que me resultaba muy familiar se me clavó en los ojos como si fuera el extremo de una valla afilada. <Oh, mierda.> El estómago me dio un vuelco. Mi mirada cambio de plano, pero el título quedó grabado a fuego en mi retina, como cuando el sol te abrasa los ojos si lo miras demasiado tiempo. <Relájate; él no lo sabe, nadie de aquí lo sabe. No le des importancia...>

-¡Bienvenidos de nuevos, chicos y chicas!

Dewerman entró tambaleándose; era un enorme tonel sostenido sobre una patita. Dios mío, todos y cada uno de los adultos de este sitio parecían enganchados a algo. Dewerman era un barbudo estilo años sesenta, un Teletubbie desteñido, con tirantes y una esmirriada coleta de color gris rata.

-Muy bien ¡allá vamos! 

Primero pasó lista. Cola de Caballo se llamaba Danielle Conolly: el nombre le pegaba. Yo solté mi rollo de <Hola, soy Jenna> y estaba a punto de sentarme cuando Dewerman me dirigió una mirada de curiosidad.

-¿Tu madre tiene una librería? ¿No será MacAllister's?

-¿Eh?

Para empezar, ¿por qué había mencionado la librería? Sabía que él tenía el libro. Era como si le estuviera desafiando a sumar dos más dos. Podría haber mentido. Quizá debería haberlo hecho. Pero en lugar de eso, contesté:

-Sí.

-Vaya, ¡que me aspen! 

Dewerman se afanó hacia la estantería, señaló el ejemplar que yo había reconocido y lo alzó. Era una reedición, porque desde la cubierta una banda gritaba <La edición completa y sin censurar de la demoledora novela>. Porque, por supuesto, Dewerman era un fan.


Un pequeño inciso, Bob, porque no pareces un tipo al que le gusten los libros.  No es una crítica, sólo es... bueno, probablemente sea un hecho. Si estuviera dirigiendo la película de tu vida diría que fuiste una estrella del deporte en el instituto, puede que en el equipo de fútbol americano. Diez contra uno a que solicitaste una beca, pero te lesionaste la rodilla o la espalda y por eso acabaste siendo poli. Sólo que apuesto a que te aburriste o acabó por enfermarte tener que quedarte ahí plantado mientras los técnicos de la ambulancia despegaban a gente que conocías -amigos, antiguos amigos de borrachera, quizá alguna novia- del asfalto. Tal vez tuviste que desmembrar a demasiada gente para sacarla de coches accidentados. Debiste de pensar que,  ¡demonios!, la vida de un detective tenía que ser mejor. Allanamientos de morada, asaltos, asuntos de drogas, no un montón de cuerpos. Debiste de pensar que más al norte no se producen tantos homicidios. Quizá uno al año, dos como mucho.

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora