Casi un mes más tarde, me encontraba en mi escondite de la biblioteca mirando a Danielle y a las demás chicas del equipo de cross mientras hacían series cronometradas. Danielle iba en cabeza, con la coleta rubia ondeando como una crin¹⁰, lo cual no era mucho decir. Tal vez fuera rápida, pero sólo porque las otras chicas iban pisando huevos. El estilo de Danielle era penoso: se movía como un canguro, arriba y abajo, en lugar de planear y empujar, planear, empujar y estirar. Si fueras corredor, Bob, entenderías lo que quiero decir. Concentraba toda su energía en el impulso, no en la velocidad. El señor Anderson esperaba en la meta con un cronómetro en la mano; cuando Danielle llegó le dijo algo que pareció cabrearla, porque se apartó del grupo con las manos en las caderas y frunció el ceño mientras pateaba la hierba.
Miré el reloj. Su tiempo en los doscientos era para tirarlo a la basura: cinco segundos más lenta que la semana anterior. Alcé la vista a tiempo de ver al señor Anderson soplar el silbato y dirigirse hacia las otras chicas para que terminaran y se le acercaran. Danielle estaba sentada en las gradas interpretando su papelón de ofendida. Puede que el señor Anderson se hubiera hartado de ella y le hubiera mandado a sentarse durante el resto del entrenamiento. Ya era hora. La había visto enfadarse varias veces -en clase, en la pista de atletismo- y me maravillaba que no la hubiera echado. Aquel tío tenía la paciencia de un santo. O eso , o le gustaba que abusaran de él.
10:b
Me había adaptado a la escuela. Las clases no eran complicadas, mi preferida era la de química (menuda sorpresa) y me llevaba bien con... vale, vale, evitaba a casi todo el mundo.
Menos a Danielle.
No estaba segura de que tuviera que ver sólo con David. Él era el ayudante del señor Anderson, así que me era imposible no verle cada día. Nos saludábamos y él intentaba convencerme para que me uniera a la comisión de festejos de la cena anual de ex alumnos, así conocería a gente distinta. Yo me escaqueaba aludiendo que vivía muy lejos, bla, bla, bla. Al final dejó de intentarlo, pero seguía siendo bastante simpático y a mí me parecía bien.
Sin embargo, Danielle no dejaba pasar la oportunidad de hacer comentarios sarcásticos. Cuando Dewerman se le metió en la cabeza que hiciéramos un trabajo sobre la creatividad y el suicidio, fue por supuesto, por mi culpa. Teníamos que elegir un nombre de una lista de escritores famosos que se habían suicidado, y luego descubrir si había algo en su obra que explicara por qué optaron por suicidarse. Gracias a Dios, la abuela no estaba en la lista. Ni si quiera Dewerman era tan negado.
-Sed creativos, chicos -nos animó-. Quiero que decidáis si lo que estáis leyendo es literatura en mayúsculas o sólo se la considera como tal porque el autor ha estirado la pata. Estudiad la red de conexiones que configuran la vida de una persona y tirad de los hilos, comprobad si están realmente conectados.
Desconcierto. Un chico levantó la mano.
-Mmmm... pero ¿cuáles son los deberes?
-Sócrates dijo que una vida sin análisis no es digna de ser vida. ¿Leemos estos libros sólo porque un crítico nos lo dice?
-No -respondió un listillo-. Porque nos lo mandan.
-Estoy hecha un lío -dijo Danielle mirándome con mala cara, pero dirigiéndose a Dewerman-. ¿Quiere que escribamos una redacción, un poema o lo que sea con el estilo de ese escritor, que pintemos un cuadro o qué?
-Sí -dijo Dewerman, lo que desencadenó otra oleada de risas. Aquello hizo que Danielle me lanzara más rayos mortales con la mirada. Yo aún no había elegido a nadie de la cada vez más escasa lista de Dewerman. No sé qué estaba pensando. Inspiración, tal vez. O quizá daba por hecho que mi nombre sería el del escritor que nadie más quisiera, lo cual me parecía bien.
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Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)
Random«-Ya no queda nadie más que tú para contarlo -le dice-. Así que necesito la historia, Jenna. Necesito la verdad. [...] -Ya -dice ella-. Cómo si las dos fueran la misma cosa.» Jenna tiene dieciséis años y su vida no ha sido fác...