25:a

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El señor Anderson me dejó de vuelta en la megamansión un poco antes de las siete de la tarde. El panel del teléfono de la cocina indicaba que había recibido dos llamadas, ambas de números que reconocí.
Primer mensaje: «¿Jenna? Soy Evan. He... he recibido tu mensaje y... bueno, puede que me equivoque, pero no estoy al corriente de que vayamos a hacer nada más con Nate. Así que... —Pausa—. No sé de qué habla. A menos que tu madre y él... —Pausa—. Llamaré a su agente para averiguar de qué se trata. Pero... creo que no vale la pena molestar a tu madre por esto, ¿vale? Adiós, cielo».
Segundo mensaje: «Hola cariño, soy mamá. Escucha, hemos decidido regresar a casa el sábado por la noche. Sé que no te importará. ¿Qué adolescente no mataría por conseguir que sus padres se marcharan durante una semana? —Pausa—. Bueno, que pases una feliz semana. Te quiero».
Clic. Tono de llamada.
Mamá tenía razón: no me importaba.
En absoluto.

25:b

Sintonicé la emisora que le gustaba al señor Anderson, la que habíamos estado escuchando en su coche. Sonaba una fuga de Bach. Pensé que tal vez él estuviera escuchando lo mismo en ese preciso instante. Así que, aunque no nos encontráramos en la misma habitación, de alguna manera estábamos disfrutando juntos de la música, y eso me hacía sentir bien.

Mientras escuchaba desdoblé los papeles que había cogido de su bolsillo. Eran anotaciones manuscritas, escritas con una estilográfica, pensé. Algo en la forma de las letras me recordó los ejercicios de caligrafía y pensé que no se parecía en nada a sus conocidos garabatos, esos que yo había visto en la pizarra y las correcciones de los ejercicios. Resultaba íntimo y emocionante imaginárselo formando cada letra con exquisito cuidado. Una era a todas luces una lista de la compra: huevos, fresas, leche, harina... todo lo necesario para hacer tortitas. Lo que significaba que había estado pensando en mí cuando la escribió. Aquello era... privado y especial, una nota que sólo yo podía entender.
La otra era breve: una sola letra y luego una palabra.
«J».
Y: «Amante».
La leí dos veces, pero sabía que no había error posible. Tenías que ser estúpido para no captarlo.
Yo era J. Y «amante» era...
Aquello se refería a mí, Bob.
Se refería a mí.

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora