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-Guau -dije yo.
Y, de repente, mi mano flotaba en el espacio que había entre nosotros antes de que pudiera detenerla. Quizá en realidad no quería detenerla, Bob, no lo sé. Era como si estuviera viendo en sueños cómo se movían mis dedos.
Su piel se estremeció por el contacto. No había modo de disimularlo. Oí un respingo levísimo mientras ahogaba un jadeo, pero no dijo nada. No me pidió que me detuviera. Viéndolo desde la distancia, Bob, no creo que quisiera que me detuviera. O puede que estuviera demasiado sorprendido.

La cicatriz era muy suave. Cálida. La sensación cambió a medida que mi mano reseguía la huella sobre la dura repisa de sus costillas. David seguía sin moverse ni hablar; creo que estaba tan asombrado -e hipnotizado- como yo. La cicatriz se desvanecía finalmente sobre su pectoral izquierdo. El corazón le bombeaba con tanta fuerza que noté el latido en las yemas de los dedos.
Creo que perdí un poco la cabeza. Podía distinguir el violento pulso de sus venas en el cuello. Abrió los labios y una expresión decidida le cruzó el rostro. Parpadeó y dijo con brusquedad:
-Ya no duele.
Aquello rompió el hechizo.

-Oh -dije yo soltando una risita temblorosa al tiempo que retiraba la mano-. Lo siento.
-No pasa nada -dijo él mientras se bajaba la camisa. Tenía las mejillas teñidas de escarlata-. Yo... mmm... sigo guardando el sable roto. ¿Quieres verlo?
-Claro -contesté.
Él ya se había vuelto y agachado para abrir la cremallera de la gran bolsa azul de deporte. Volví a oír el tintineo metálico mientras él hurgaba en el interior, y vi al menos cinco espadas distintas.
-¿Para qué tienes tantas? -pregunté.
-Algunas son para los enfrentamientos, y otras para entrenar -me explicó, y sacó el sable roto-. Mira.

La brillante empuñadura era ancha y curvada, como las de las películas, pero la hoja en sí resultaba algo decepcionante: apenas alcanzaba los treinta centímetros y era de un gris apagado. Tampoco era muy pesada. Supongo que leyó la decepción en mi rostro.
-Es muy ligera -dijo-, pero la punta, donde se ha roto... Aquí. -Me mostró el arma inservible-. Es mejor mantenerse alejado de ella.
Tenía razón. El metal dentado del sable estaba muy afilado. Pensé en lo sencillo que resultaría hacer correr la sangre. Para tu información, no sentí la tentación. Sólo estaba... interesada. Devolvérsela me resultó mucho más fácil de lo que pensaba.

-¿Por qué la guardas?
Él se encogió de hombros.
-No lo sé -dijo haciendo girar el arma rota en las manos-. Creo que quizá... para recordarme que podría haber muerto, ya sabes. Es algo que sucede de vez en cuando.
-¿Y por qué sigues con la esgrima?
-Porque el peligro constituye la mitad de la diversión. -Apartó los ojos del sable y los posó en los míos-. Si quieres, puedes venir a vernos entrenar alguna vez. A lo mejor te gusta lo bastante como para intentarlo.

En ese momento pensé en el señor Anderson, en cómo había insistido para que me uniera al equipo de cross .
-¿Me estás reclutando?
Dios, ¿había sonado como una indirecta? ¿Era lo que pretendía? ¿Estaba coqueteando? Tal vez. El tinte escarlata de sus mejillas se acentuó.
-Bueno, nunca sabrás si se te da bien a menos que lo pruebes. Podría ser divertido. ¿Practicas algún deporte?
-Antes corría. -Hice una leve pausa-. Cross . Como Danielle -añadí.
-Ah.
Me dirigió una mirada cautelosa.
-¿Y cómo es que no estás en el equipo?

«Oh, ¿tal vez porque tu novia me patearía?» Por otra parte, Bob, también había algo en el hecho de mostrarme frente al señor Anderson que... me hacía sentir un cosquilleo en la garganta. No sé si me entiendes. No se trataba de las cicatrices y los injertos: la camiseta y los pantalones me proporcionaban suficiente protección para que él jamás los viera.
Pero pensaba que quizá me gustaría que él me mirara; allí de pie, con el cronómetro en la mano y concentrado sólo en mí. Lo cual era ciertamente extraño, teniendo en cuenta lo mucho que le evitaba.

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora