23:a

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 «Hola, cariño. Tu padre y yo hemos decidido quedarnos toda la semana. Estamos tan relajados, y hace tanto tiempo que no montaba en kayak ni salía de excursión...»
Había siete llamadas, tres de mamá, pero sólo había dejado un mensaje. Sonaba tan animada que me costó creer que fuera ella.
«Como no tienes clases, en realidad no nos necesitas, ¿verdad? Si quieres hablar con nosotros puedes llamarme al móvil, o al de papá...»
Ahora se oía otra voz de fondo: mi padre, con un tono tan malhumorado y agudo como el de un niño. La voz de mamá se ahogó de repente al cubrir el auricular con la mano, pero su risa era coqueta y estridente como la de una adolescente: «¿Aún no estás agotado?».
Vale, demasiada información. Al cabo de un segundo, volvió a oírse la voz de mamá: «Bueno, espero que todo vaya bien y que estés ocupada. ¿Cómo va el trabajo sobre el libro? Te quiero. Adiós».
Clic.
El identificador de las otras cuatro llamadas estaba bloqueado. No habían dejado ningún mensaje.

23:b
Todavía era pronto; las ocho y poco. Cogí el libro de Alexis pero fui incapaz de concentrarme: mis pensamientos vagaban de vuelta al encuentro del señor Anderson con aquel tiburón. Yo nunca sería tan valiente. La única persona que conocía que podía acercarse era Matt la noche en que me rescató del incendio.
«Oh, Matt». Llevaba más tiempo que nunca sin escribirle y me preguntaba qué me ocurría. Escribir a Matt siempre había constituido una prioridad. No importaba que sus cartas nunca cambiaran, lo importante era el salvavidas que mis correos le proporcionaban. Tal vez Matt pudiera tratarse a sí mismo como si ya estuviera muerto, pero yo no podía permitirme pensar lo mismo. Uno de los dos tenía que creer que aún seguía con vida. Era incapaz de enfrentarme a la alternativa.

Así que ahí estaba, sentada, contemplando la lista de los correos de Matt en su carpeta especial. Tenía la cuenta de correo abierta, el portátil zumbaba suavemente... y a mí no se me ocurría nada que decir. En realidad, no podía hablarle del señor Anderson y ya le había contado el mismo rollo a Matt un millón de veces. De repente, me sentí muy cansada de jugar a aquel estúpido juego...
El teléfono empezó a sonar y me sobresalté. En el identificador de llamadas se leía: «Desconocido». En circunstancias normales no habría contestado, pero esta vez cogí el auricular al tiempo que pensaba: «A lo mejor es...».
—¿Diga?
—¿Emily?
Un hombre. No era el señor Anderson y sonaba cabreado.
—Emily, maldita sea, ¿por qué demonios no lo cogías?
—Mi madre no está. —Idiota. ¿Qué es lo primero que les enseñan a los niños? Nunca digas que estás solo en casa—. ¿Quiere que le dé algún mensaje?
—Oh. —Una pausa—. ¿No estoy llamando a un móvil? ¿Eres Jenna?
—¿Quién llama, por favor?
—Soy Nate Bartholomew. Nos conocimos la otra noche en la fiesta de tu madre... de tus padres.
—Sí, lo recuerdo —respondí, mientras pensaba: «Sí, recuerdo que mamá te tocó la mano, y recuerdo cómo le susurraste al oído y el modo en que te miró»—. Mi madre está fuera y no volverá hasta dentro de un par de días.
—Ah.
Otra pausa.
—Creía que éste era su móvil. Bueno, esto... escucha, ¿tienes su número?
—Claro. —Le di el número y luego añadí—: Mi padre está con ella. —Lo sé: muy malvado—. Puedo decirle que le llame cuando tenga un momento.
Bartholomew rumió un rato y luego me soltó una historia rocambolesca sobre que mamá había organizado una firma de libros, pero el publicista de Nate no creía que funcionara... alguna estupidez semejante. Estaba mintiendo: Evan era el encargado de organizar las firmas de ejemplares. Pero le dejé contar la historia y le aseguré que le diría a mamá que le llamara.
—O si no, puede probar en el móvil.
—No, no, no es necesario. Sólo dale el mensaje, gracias.
Colgó con rapidez, probablemente preocupado por que le propusiera alguna otra cosa.
Dejé el auricular en su sitio y jugué con la idea de decirle algo a mi madre y evaluar su reacción. Entonces pensé: «Métete en tus asuntos». ¿Qué es lo que dicen sobre no levantar la liebre?

23:c
Al final, opté por llamar a Evan. La tienda estaba cerrada, así que con toda amabilidad dejé un mensaje de voz sobre el pobre Nate Bartholomew.
«Y ahora, intenta explicar eso, mamá».
La verdad, Bob, es que yo nunca podría haber seguido mi propio consejo.

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora