12:a

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No mucho. Todo lo que hace es material clasificado. ¿Y el tuyo?
—Matt me envía un mail una vez a la semana, pero yo le escribo casi todos los días. Me hace sentir mejor. Como si estuviera haciendo algo. Como...
—¿Qué?
—Como si lo mantuviera con vida. Como si nuestros correos fueran un...
Quería decir «salvavidas». Si escribía a Matt, le mantenía cerca de mí. Pero no podía decir nada de aquello; sonaba a locura. Ya había hablado demasiado, así que me callé.
Él aguardó un rato y, finalmente, me preguntó:
—¿Lo saben tus padres?
Parecía una pregunta extraña. Me volví a mirarle, pero estaba concentrado en la carretera.
—No.
Le expliqué que se habían opuesto a que Matt se alistara.
—Lo último que quiero es disgustar a mi madre más de lo que ya lo está.
—Creo que se disgustaría más si descubriera que lo mantenéis en secreto.
—Ya tiene bastantes preocupaciones. —Hice una pausa y añadí—: No... no le contará esto a nadie, ¿verdad? ¿Ni a la señora Sherman?
—¿El Tanque? No. Pero... ¿es un tema por el que debería preocuparse? —Antes de que pudiera responder, levantó una mano—. Lo siento. No es asunto mío. Sé guardar un secreto. Pero, Jenna... sabes que tu hermano no es la única persona con la que puedes hablar.

¿Era la primera vez que me había llamado por mi nombre?
—No conozco a nadie más.
—Bueno, me conoces a mí. —Hizo otra pausa—. Y podrías esforzarte más para integrarte en la escuela.
Ahora sonaba como un adulto.
—¿Cómo? No tengo coche. Ni siquiera tengo móvil.
—¿No te has sacado el carné?
—Mis padres no han... Mi madre no ha tenido tiempo de llevarme a la oficina de Tráfico.
—¿Y tu padre?
—Está...

Mi cerebro adaptó el modo robot preprogramado:
—Está muy ocupado. Se pasa el día trabajando. Está sometido a un gran estrés.
—Todos tenemos cosas que hacer. Debería encontrar tiempo.
A lo mejor, en el mundo perfecto del señor Anderson había padres que estaban más interesados en sus hijos que en sus propios problemas, pero yo tenía que vivir en el mío.
—De todas formas —observé—, tampoco puedo salir corriendo y hacer cosas con cualquiera.
—Pero ¿quieres? —Al ver que yo no contestaba, añadió—: Es lo que pensaba.
Sinceramente, Bob, ¿qué podía decir?

12:b
Primero, las buenas noticias. Al detenernos en el camino de entrada de la megamansión, la visión de aquellos pequeños rectángulos amarillos no me dejó lugar a dudas: todas las luces de la planta baja estaban encendidas.

Y luego, las malas noticias. La puerta del garaje estaba cerrada, así que no tenía manera de saber quién había en casa. No podía evitar que el señor Anderson entrara conmigo. Él no cedería y yo estaba demasiado alterada para discutir.
Desde el recibidor no oí la televisión, pero eso no tenía por qué significar nada.

—¿Mamá?
Una pausa.
—¿Papá?
No obtuve respuesta. El señor Anderson me seguía de cerca sin decir nada. Cada paso parecía una marcha hacia el cadalso. La luz era tan intensa y violenta que me dolieron los ojos.
«Por favor. —Giré por el corto pasillo hacia la cocina—. Haz que me equivoque, haz que me equivoque».
No hubo suerte.

12:c

 Tenía la cabeza sobre la mesa, con la cara vuelta hacia un lado y la mejilla apoyada en los brazos. Un vaso, medio lleno con un líquido transparente y hielo, descansaba junto a su mejilla. Gotitas de agua condensada resbalaban por el cristal y caían sobre la mesa. Los armarios de debajo del fregadero estaban abiertos y la botella de Stoli, sobre la encimera. La cocina olía a huevos fritos y alcohol.

Yo era consciente de la presencia del señor Anderson, de pie detrás de mi hombro derecho. No dijo palabra. Yo no me atreví a mirarle. En lugar de eso, apoyé la mano en el hombro de mi madre borracha.
—¿Mamá?
Al ver que no contestaba, repetí, elevando el tono:
—¿Mamá? Despierta, soy Jenna. ¿Mamá?
—¿Qué?

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora