40:a

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Las enfermeras y los médicos vinieron corriendo. Papá entró como un torbellino y empezó a gritarte que te largaras y no volvieras sin una orden o un abogado o... no lo sé. Cuando te marchaste, Bobby, intentó averiguar qué me habías dicho, pero yo estaba encogida en mi silla con las manos sobre las orejas y los ojos cerrados con fuerza. El fuego me lamía la espalda y el hedor a pelo quemado me perseguía, mientras las crueles llamas se reían socarronamente...
(Mamá maldiciendo, golpeando a los técnicos de la ambulancia que intentaban reanimar al abuelo: «No salven a ese hijo de puta. ¡No se atrevan!».)
—¿Qué te ha dicho?
Psico-papi había vuelto: me agarró por las muñecas y me obligó a apartar las manos de las orejas.
—Maldita sea, Jenna, ¿qué ha dicho?
—Creo que tendría dejar que se tranquilizara —intervino una enfermera—. Será mejor que le traiga algo...
—Salga —ordenó mi padre, no con tanta educación.
La enfermera se escabulló y papá volvió a cernerse sobre mí.
—Jenna, maldita sea, mírame. Tienes que contarme lo que te ha dicho.
Incluso cuando no estaba en modo Hulk, era virtualmente imposible ignorar a mi padre. Las agallas recién descubiertas en casa habían desaparecido, así que, tragando saliva, se lo expliqué. Sus ojos se fueron entrecerrando más y más hasta convertirse apenas en dos resquicios ardientes e inyectados en sangre.
—¿Es verdad? —susurré—. Papá, ¿mamá...?
—Claro que no —dijo—. No seas estúpida. El incendio de la librería ha sido un accidente.
Yo no me refería a eso, y papá lo sabía.
—No me refería a eso. Me refería a...
Se me hizo un nudo en la garganta, pero me obligué a acabar:
—Al abuelo.
—No. No me digas que crees a ese imbécil. Es como todos los policías. Sólo tratan de encubrir su propia incompetencia.
—Pero el detective...
—Que le den.
Sus ojos centellearon y me señaló con el índice.
—Que-le-den. No vas a volver a hablar con él, ¿de acuerdo? Sólo hablarás con un detective en mi presencia y en la de nuestro abogado, ¿lo has entendido?
—¿Te acordabas de él? ¿De antes?
—No. El incendio en casa de tu abuelo fue un accidente, caso cerrado, ¿sí? Presentaré una queja ante el jefe de policía y el alcalde. Conseguiré que le den una patada en el culo más rápido que...
Papá cortó el aire con un gesto de rabia y desdén.
—Jesús, como si no tuviera cosas más importantes de las que preocuparme. Escucha, tengo que volver a casa.
—Pero mamá...
—No puedo elegir. Estoy solo en la consulta y no puedo llamar a ningún otro médico para que me sustituya con tan poca antelación. Tengo que atender a mis pacientes en el hospital. De todas formas, aquí tampoco puedo hacer nada más por tu madre.
—Entonces me quedaré yo. Alguien debería estar aquí si se despierta.

—Jenna, tardará aún un tiempo en despertarse. —No dijo que ya nunca más iba a hacerlo, pero podría haberlo dicho—. Pero si es lo que quieres...
—Es lo que quiero —repliqué.

40:b

Papá debía de haber intimidado a alguien, porque finalmente dejaron subir a Meryl. En cuanto la vi, me lancé a sus brazos y enterré mi cara ardiente en su hombro como una niña pequeña.
—No te preocupes —murmuró mientras nos mecíamos y me acariciaba el pelo—. Pase lo que pase, estoy aquí, cariño.
Había traído mi mochila y me prometió que iría a buscar ropa.
—Y tu cepillo —dijo mientras enumeraba artículos con los dedos—. Champú, crema suavizante, una pastilla de jabón... ¿olvido algo?
—Mi portátil.
Le dije qué libros me hacían falta.
—Oh, y mi coche sigue en el aparcamiento de la escuela. Creo que las llaves están...
Revolví el contenido de la bolsa y encontré el llavero.
—Ningún problema, cariño —dijo comprobando su reloj—. Pronto amanecerá. Ya que estamos aquí, tu padre y yo podemos ir a recogerlo...
—Él quiere volver.
—Que le folle un pez. Sus pacientes pueden esperar. Me encargaré de que te entreguen las llaves, así podrás ir y venir cuando quieras sin tener que depender de él ni de mí. El lunes ya veremos cómo va todo. Puedo aplazar el regreso a casa.
—El lunes tengo que ir a la escuela.
—¿Por qué no te lo tomas con calma? Quizá no te sientas con fuerzas para ir a la escuela durante un tiempo. La gente lo entenderá. —Me miró por encima de las gafas—. ¿Ya le has llamado?
Por un extraño y confuso momento, pensé que estábamos en la misma sintonía. Casi llamé a Mitch por su nombre, pero me contuve a tiempo.
—Lo más seguro es que no se haya despertado aún.
—Si ese novio tuyo se preocupa por ti, no le importará. Además, ¿los jóvenes no dormís con el móvil pegado a la oreja? Llámalo, cariño. Eso es lo que hace la gente que se quiere.

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora