30:a

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El domingo, mis padres durmieron hasta tarde. Yo me levanté, me salté el desayuno y salí a correr lejos de casa del señor Anderson. La temperatura había descendido durante la noche y los charcos del día anterior se habían congelado. Al cruzar un puente resbalé sobre la negrura del hielo y a punto estuve de caer al río, pero no me importaba. Corrí hasta empezar a encontrarme mal, y tuve que tragar un par de sobres de gelatina con sabor a manzana ácida que me hicieron sentir náuseas.
Cuando regresé a casa, mis padres ya se habían levantado. La cocina olía a huevos y café y los cristales de las ventanas estaban empañados.
—Eh, has acabado siendo una verdadera atleta —dijo mi padre, con las mejillas rojas y el pelo todavía húmedo.

Mi madre estaba ocupada con una sartén, espátula en mano.
—¿Tienes hambre, cariño? —preguntó, dedicándome una sonrisa—. Estoy preparando tortillas de queso de cabra.
Si no salía de aquella cocina iba a vomitar en el regazo de mi padre.
—Voy a ducharme. Tengo trabajo.
—Vaya, pues a mí se me ha abierto el apetito —dijo mi padre guiñándome un ojo.
Luego cogió a mi madre por la cintura, y entonces ella chilló y fingió tontamente resistirse. Eran como un par de adolescentes con ojos de cordero degollado.
Ni siquiera se dieron cuenta de que me había marchado.

30:b

Pasé el resto del día en mi habitación y terminé de leer el libro de Alexis. He aquí lo que decidí: aquella mujer estaba chalada. Con toda aquella mierda sobre el éxtasis bajo el agua y la sangre caliente y el agua fría, tenía que estarlo. Ahora, sólo había que encontrar la manera de decir eso mismo en cinco páginas.
Pero no llegué a abrir el documento. En lugar de eso, accedí a mi cuenta de correo fantasma (oh, qué apropiado), repasé todos los mensajes que Matt me había enviado y luego mis respuestas. Vi cómo había ido modificando las fechas, reenviándome sus mails una y otra vez, de modo que lo antiguo volvía a ser nuevo: «¡Tienes correo!». Revisar aquella lista era como leer la cronología de mi... de mi crisis nerviosa, supongo.
Releí uno de los mensajes que había enviado cuando estaba realmente vivo:
La única manera de superar el día a día es fingir que ya no estoy. Si estás muerto, tu vida anterior también está muerta, y lo único que queda es el horror de lo que tienes frente a ti. Así que estoy muerto, Jenna. Tienes que pensar en mí de esa manera, ¿vale? Porque así es como yo pienso en ti y en papá y mamá. Mientras permanezca en este sitio todos estamos muertos, y así debe ser para que yo pueda hacer mi trabajo y volver a casa.
¿Era una locura? A mí no me lo parecía. Matt se protegió lo mejor que pudo. Yo jamás podría imaginar cómo había sido vivir en aquel lugar, morir en aquel lugar todos los días. La verdadera ironía era que Matt había decidido matarse todos los días para poder regresar a la vida, y terminó por morir de verdad.
Borré todos sus correos. Borré todas mis respuestas. Todas y cada una.
Entonces eliminé mi cuenta fantasma, lo envié todo a la papelera de reciclaje y la vacié. Si hubiera podido, habría arrancado el disco duro y habría pasado con el coche por encima, pero entonces hubiera tenido que explicar a mi padre por qué había matado mi ordenador. Puede que en algún momento desvariara, pero no estaba loca.

30:c

Mamá estaba en racha. Para cenar preparó lasaña, ensalada y pan de ajo. Papá y ella descorcharon una botella de Chianti y charlaron de su época universitaria y de cómo se habían conocido, bla, bla, bla. Yo jugueteé con la comida, pedí permiso para levantarme y, al ver que nadie me lo daba, me fui de todos modos.
Entonces me metí en la cama, me calé los auriculares y escuché Learning to Fly y luego Death Cab for Cutie y luego Black Sabbath. A la mierda Ellington y Mingus y Judy, y a la mierda también tú, Wagner.
Si mis padres volvieron a hacerlo, puedo asegurarte que no les oí.

30:d

El domingo por la noche, le dije a mamá que algunas de las chicas del equipo entrenaban a primera hora, y que sería más lógico que fuera yo sola con mi coche. Ella estuvo de acuerdo; de todos modos, ahora que se acercaban Acción de Gracias y el Black Friday y las Navidades y bla, bla, bla, tenía montones de trabajo.
Todo aquello me traía sin cuidado. Ni siquiera sabía si de verdad iba ir a la escuela.
Sólo quería que me dejaran sola.

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora