43:a

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La verdad, Bob, es que no estoy siendo del todo justa. Rebecca hablaba de «duelo no resuelto por la muerte de su hermano», pero nada más. No mencionaba nada acerca de Irak ni que Matt hubiera muerto en acto de servicio.
Mitch averiguó todo eso en los periódicos.
Había partido de mi fecha de nacimiento, oportunamente incluida en el informe, para remontarse en el tiempo. La muerte de Matt había aparecido en los medios locales durante al menos una semana, y luego todo aquello condujo a Mitch hasta el incendio en casa del abuelo, porque también disponía de esa información. Mi vida entera estaba en el ordenador de Mitch, como si, una vez descubierta mi historia, hubiera querido conocer todos los detalles. El interés se convierte en obsesión que se convierte...
—Puedo explicarlo.
Me volví con rapidez. Mitch estaba de pie en el umbral, despeinado, sin guantes ni botas. Sus zapatillas de deporte estaban empapadas. Debía de haber venido corriendo desde el coche. Dirigió la mirada al escritorio.
—Me preguntaba adónde había ido a parar ese cuchillo.
Quería decirle tantas cosas, que se me amontonaron en el paladar.
—¿Dónde está Danielle? —conseguí preguntar al fin.
—En una clínica, en Evanston. Yo mismo la llevé, y también a David, el viernes por la mañana.
Hizo una pausa.
—Les dije que podían quedarse en la cabaña el miércoles y el jueves. Habían estado en mi casa, así que conocían el camino.
Aquello cuadraba. Yo había estado allí el jueves por la tarde.
—Si eso es verdad, ¿por qué no se han puesto en contacto con sus padres? ¿Por qué todo el mundo cree que han huido?
—Porque Danielle tiene miedo de que su padre quiera impedírselo. La obligaría a tener el bebé, y nadie debería forzar a una niña a hacer eso.
—¿Quién es el padre? ¿David?
—¿No quieres saber si soy yo? —Al ver que yo no contestaba, continuó—: Hay tres posibilidades, pero yo no soy ninguna de ellas.
Recordé lo que había dicho la reportera sobre los Servicios de Protección al Menor. Tres hombres orbitaban alrededor de Danielle: David. Su padre. Su hermano. De los tres, sólo los dos últimos eran posibles candidatos si consideraba la llamada de Danielle.
—¿No se supone que has de contárselo a la policía aunque sólo lo sospeches?
—Ella lo negaría. Es todo lo que puedo hacer, Jenna. Danielle necesitaba ayuda y yo se la presté. David y ella se pondrán en contacto con sus familias cuando todo haya terminado.
Había un error en su razonamiento, pero no supe descubrir cuál.
—¿Y qué pasa mientras tanto con sus familias? Esto no tiene sentido, Mitch. Al menos podrías pedirles que llamaran a sus casas, o a la policía.
Una incipiente jaqueca me aguijoneaba las sienes.
—¿Y qué me dices de todas estas... estas... estas cosas sobre mí? No pretendas contarme que te interesaste por mí después de mi llegada, porque estas descargas están fechadas un mes antes de que nos conociéramos.

¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué mentir?
Mitch tragó saliva y, de repente, apartó la mirada de mí.
—Yo... quería encontrar la forma de acercarme a ti... Sabía que te sentirías perdida, sola. Pensé que podía ayudarte. Juro por Dios que, al principio, sólo intentaba encontrar alguna afinidad.
—Tú no crees en Dios —repliqué.
Danielle lo había clavado: «Le gustan las muchachas rotas». Me sentí hueca y enferma, como si me hubieran vaciado por dentro con una cucharilla.
—¿Hay algo que fuera real, Mitch?
Me sentí débil por habérselo preguntado. Detestaba el sonido de mi voz: suplicante y pequeña. Sólo un ser absolutamente despreciable me habría dicho que todo era una mentira, y yo sabía que Mitch no era así. Oh, aquello se había jodido por completo; era horrible, eso lo sabía. A su manera, Mitch me había acosado. Pero también me había hecho sentir bien conmigo misma. Me había dado confianza. ¿Haría eso un... depredador? No, no.
El interés se convierte en obsesión que se convierte en... ¿amor?
—¿Alguna vez me has querido? —pregunté—. ¿O estabas enamorado de la idea de ser el buen samaritano que cae bien a todo el mundo y decidía ayudar a una pobre chica? Sólo que después la cosa fue a más y no encontraste manera de salir del lío...
—Dios, ¿cómo puedes pensar eso, Jenna? Lo he arriesgado todo por ti.
¿Era verdad? Sí, lo era. Habíamos salido juntos; lo único que tenía que hacer yo era contárselo a mis padres y encerrarían a Mitch en la cárcel.
—Entonces ¿por qué estabas con tu mujer?
—Me cité con Kathy porque tenía que explicarle que me había enamorado de otra persona, Jenna —contestó—. Para decirle por fin que quería el divorcio.

43:b

Era verdad.

Sabía que lo era. Sólo tenía que mirar en sus ojos.
O tal vez fuera mentira.
Porque era demasiado perfecto, lo que yo deseaba y necesitaba escuchar. Y ya me había mentido antes.
Fue por eso por lo que, de repente, ya no me sentí tan segura de poder creerle. Aunque quería hacerlo con todas mis fuerzas.
Tenía que alejarme. Me estaba ahogando, allí con Mitch. Tenía que ir a algún lugar donde pudiera pensar. No confiaba en mi capacidad para resistirme a sus intentos de manipularme.
Entonces recordé por qué me había dirigido en un principio a su escritorio: el sobre, el pelo, Danielle; y pensé: «Oh, Dios mío».
Porque te había llamado, Bobby, y tú estabas de camino.
Algo se partió en mi cabeza. Lo había estropeado. La policía vendría y los agentes se preguntarían por qué una alumna sabía tanto sobre su profesor y...
—Oh, Mitch, lo siento mucho —dije entre lágrimas—. He llamado a la policía.
Y me alejé de él y de la cabaña para adentrarme en la nieve.

43:c

¿Adónde me dirigía? Ni siquiera ahora estoy segura del todo. Creo que corría hacia una cosa y, a la vez, estaba huyendo de otra. No exactamente de Mitch, aunque necesitaba pensar y no podía hacerlo teniéndole tan cerca. No volaba hacia la salvación, ni siquiera hacia el rescate, aunque sabía que estabas de camino, Bobby. Me gustaría decir que me apresuré para retrasarte, para hacer pasar todo aquello por el ataque de histeria de una adolescente alterada. Hubiera podido hacerlo.

Sí. Pensé que, si lograba alcanzarte primero, estaría a tiempo de salvarnos. A Mitch y a mí.
Sí. Creo que fue eso.

43:d

Así que corrí. Mitch era más rápido que yo, pero le había cogido por sorpresa. Intentó agarrarme del brazo mientras gritaba mi nombre, pero yo me solté, salí atropelladamente de la cabaña y volé por encima de la nieve. En un par de segundos se lanzaría tras de mí y me alcanzaría, no cabía duda.
¿Y qué haría? «Abrazarme, matarme, abrazarme, matarme». Mi corazón latía desbocado. El aire helado me desgarró la garganta, pero seguí corriendo, castigando la nieve, castigándola. «Salvarme, matarme, matarse, matarnos a los dos...»
A través de las ramas de los árboles, todavía muy lejos, distinguí la casa de Mitch. Fue entonces cuando decidí que, si seguía por el camino, tardaría demasiado. Así que atajé por la nieve más alta y virgen para llegar directamente al lago. Las botas crujían sobre aquel manto compacto, pero no se hundían tanto como yo esperaba. Mantuve una velocidad constante, con zancadas largas y vigorosas, intentando que el peso que soportaban mis talones fuera lo más ligero posible. Mitch pesaba más: se hundiría y tendría que esforzarse. Eso me proporcionaría el margen necesario para cruzar el lago y alcanzar mi coche. No sabía qué haría después; no había pensado a tan largo plazo. ¿Quizá evitarte, Bobby? Sí, era una opción.
Oí que Mitch me llamaba y eché un vistazo por encima del hombro. Estaba embarrancado en la nieve y supe que no me atraparía. Volví la cabeza hacia la casa mientras me repetía una y otra vez: «¡Venga, venga, venga!».
—¡Jenna, detente! —gritó él—. No sigas, ¡no...!
Respiraba a bocanadas, jadeando. Las puntiagudas ramas de los árboles arañaban y fustigaban mi rostro, mientras otras se partían bajo mis botas. Entonces, de repente, el suelo desapareció y me tambaleé, mientras avanzaba trastabillando con los brazos abiertos como aspas para intentar recuperar el equilibrio. Recorrí así el último par de metros hasta la orilla y caí sobre la superficie del lago.
—¡Jenna! —volvió a gritar Mitch—. ¡No!
Debía de haber unos quince centímetros de nieve, quizá menos debido al viento que había soplado durante el día, llevándosela a puñados. La superficie se había endurecido a causa de las heladas nocturnas, después de que el sol derritiera la nieve. Así que podía avanzar mucho más rápido y lo hice: aceleré, pisando con fuerza y cogiendo impulso mientras cruzaba la superficie helada. Mis botas dejaban surcos en la nieve. Ya había recorrido un tercio, casi había llegado a la mitad y...
Plop.
Oh, Bob.

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora