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Cinco minutos más tarde oí cómo la puerta del garaje subía y bajaba; después, el sonido apagado de los armarios de la cocina y el delicado tintineo del hielo contra el cristal. Sabía qué estaba pasando. Mamá estaba a punto de sacar la botella de Stolichnaya⁷ que guardaba escondida detrás de un paquete tamaño gigante de jabón para lavavajillas y servirse el primer trago de la tarde. Era lo que le ocurría siempre que papá y ella discutían, y puesto que lo hacían al menos un par de veces por semana, mi madre le daba mucho al vodka, podría decir que le viene de familia.

Al cabo de un momento se oyó el murmullo de la televisión. El canal de cocina, seguramente. Cuando mamá empezaba con el Stolichnaya, era incapaz de distinguir cuándo veía a alguien cocinar y cuándo lo hacía ella misma.

Una hora más tarde bajé las escaleras. Mamá estaba desplomada en el sofá, con un paño sobre los ojos. Paula Deen⁸ soltaba chorradas sobre el melocotón desde el televisor. Tapé a mamá con una vieja manta de ganchillo que había tejido cuando estaba embarazada de mí.

¿Alguna vez has observado a alguien mientras duerme, Bob? Me refiero a estudiarlo con detenimiento. ¿A tu mujer, quizá? En las películas y los libros, los amantes lo hacen todo el tiempo. Hay una serie de televisión muy antigua -de ciencia ficción. Bob, así que supongo, que, siendo una persona tan realista, nunca la has visto- en la que salía una tribu alienígena que practicaba un ritual. Cada miembro de la pareja pasaba una noche despierto mientras el otro dormía, porque ése es el momento en que todo lo artificial se desvanece. Lo que se ve entonces es lo que hay detrás de la máscara, el verdadero rostro.

Lo cual me lleva a la siguiente pregunta, Bob: cuando me miraste después del incendio, ¿Qué viste?

¿A quién?

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Y hablando de máscaras, deja que te cuente un secreto, Bobby. Cuando era pequeña, jugaba a disfrazarme. No sólo de Ariel. Me metía a hurtadillas en el armario de mi madre y me enfundaba en vestidos de seda que olían a rosas fragantes y me tambaleaba sobre sus zapatos de tacón.

Cuando era pequeña, me sentaba frente al antiguo tocador con cinco espejos de mi madre y contemplaba la imagen repetida muchas veces, cada una en su propio mundo. Todos mis yos nos peinábamos con el pesado cepillo de plata de nuestra madre. Nos delineábamos los ojos y la boca y nos empolvábamos las mejillas con su maquillaje. Cada yo era distinta de la otra y al mismo tiempo igual, como los ángulos de un triángulo o las caras de un diamante.

Cuando era pequeña, solíamos reunirnos en familia para ver películas. Sonreíamos. Nos tocábamos. En aquel entonces, nada de todo eso era mentira.

Hay una película buenísima de Coppola, Bob, La conversación, donde la verdadera historia reside en los matices: como quién eres y lo que estás preparado para oír influye en tu percepción de lo que en realidad se dice. En una de las escenas, una mujer ve a un borracho en la calle y dice algo como que ese pobre tipo fue alguna vez el bebé de alguien, que alguien lo amó y lo cuidó, pero había acabado siendo un borrachuzo.

Ésos somos nosotros, Bob. Miro atrás y me acuerdo de que yo era la niña de mis padres. Matt aún no se había marchado, y éramos una familia.

Lo que recuerdo de ellos, Bob, es amor.

Dormida, la máscara de mi madre había caído para revelar el fantasma de una hermosa chica que había reunido el coraje para leerle sus poemas a un joven y atractivo cirujano residente de Harvard durante un picnic en la playa, junto al mar azul y cristalino.

Y me acuerdo, Bob, de lo que sentía cuando era pequeña. Mi madre era una reina y yo quería ser como ella.

Ahí estaba, casi una adulta y siendo solamente yo, con una madre que se agarraba un pedo seis días de casa siete y un capullo psicópata como padre. Matt era el único ser puro que quedaba, y se había marchado.

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Después de arropar a mi madre, me preparé un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada con el cuchillo menos afilado que encontré y me lo comí apoyada en el fregadero. Luego metí mi plato sucio y el vaso de vodka vacío de mamá en el lavavajillas. Si tuviera agallas habría tirado el Stolichnaya a la basura, pero los dos sabemos bien que no es así como funciona, Bob.

En lugar de eso, metí la botella en su escondite, apagué el televisor y me fui a la cama.

7Stolichnaya: Marca de vodka producido en Moscú. Se obtiene a partir de granos del trigo y centeno de Tambov.

8Paula Ann Hiers Deen: es una celebridad y chef estadounidense. Posee y opera el restaurante "Lady & Sons" con sus hijos. Ha publicado catorce libros de cocina.

9La conversación: es una película estadounidense de 1974. Narra la historia de un espía profesional. Hasta el momento, no se ha planteado nunca qué podía pasar con toda la información que sacaba de la gente, pero al organizar una escucha para un cliente que se desarrolla en una plaza y justo al inicio de la película, caerá en la tentación de escuchar qué dicen las dos personas que le ha tocado espiar. Pronto la situación le atormentará y querrá saber más convirtiéndose en el cazador cazado.

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora