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Sus palabras me dolieron como un puñetazo en el vientre. Las rodillas me temblaron de repente. Tuve suerte de estar ya sentada.
—¿Quién llama? —quiso saber la señora Anderson—. ¿Es la policía otra vez? Mitch ya les ha contado todo lo que sabe. ¿Han visto qué hora es? ¿Quién le llama?
¿Qué? ¿La policía? ¿Por qué iban a llamar a Mitch con motivo del incendio?
—Yo... estoy en el equipo de atletismo de Mi... del señor Anderson, y soy su ayudante en clase de química y...
—Oh, recuerdo que me ha hablado de ti. Eres otra de las niñas de Mitch, ¿verdad? O... espera. —Cambió el tono de voz y susurró—: ¿Eres Danielle?
Yo parpadeé. De hecho, aparté el teléfono y lo miré. Luego me lo apreté contra la oreja y dije:
—No. Me llamo Jenna Lord. Soy la asistente del señor Anderson. En clase de química. Y... tengo que hablar con él. Sobre el lunes.
—¿Ahora? Hoy es viernes.
Piensa rápido, piensa rápido.
—Em... es una urgencia. Mi madre está en el hospital y lo más probable es que el lunes no vaya a la escuela. Lo siento, supongo que estoy algo alterada.
Creo que el hecho de que todo aquello fuera cierto me ayudó, porque la señora Anderson me pidió que esperara un momento. Mitch estaba en otra habitación; iba a despertarlo y a darle el móvil. Oí el sonido ahogado de sus pasos y a continuación lo que me pareció una puerta que se abría, se cerraba, y voces.
Entonces Mitch se puso al teléfono.
—¿Jenna? ¿Qué ocurre, qué ha pasado?
—Estás con tu mujer —le espeté, lo bastante alto para que dos mujeres que estaban a cuatro mesas de distancia levantaran la cabeza y me miraran.
Me volví hasta quedar de cara a la pared de la cafetería, que era de un nauseabundo color marrón vómito.
—En habitaciones separadas —replicó él—. No sabía que iba a venir, cariño. Fue una sorpresa.
—Ha contestado tu móvil.
—Tenía que hacer algunas llamadas a su familia en Minneapolis y se lo he prestado. Jenna, ¿qué está pasando?
Me escuchó mientras yo expulsaba las palabras entre lágrimas y luego dijo:
—Oh, cielo, ¿puedo hacer algo por ti?
—¿Puedes venir?
Debió de negar con la cabeza, porque hubo una pausa y luego respondió:
—Ahora mismo no.
—Quieres quedarte con tu mujer.
—¿He dicho yo eso? Jenna, piensa. Parecería bastante raro que yo, un profesor de química, me marchara al amanecer para sostenerle la mano a una de sus alumnas que, sin duda, tiene familia propia.
Yo sabía que estaba en lo cierto.
—Lo siento. ¿Por qué...? ¿Qué hace...?
No me atrevía a plantear la pregunta.

—Espera un segundo... Vale, aquí estoy. De hecho estoy en el baño, con la puerta cerrada.

Hablaba en voz muy baja.
—¿Dónde estás? —pregunté.
—En un hotel, en habitaciones contiguas. Ella cierra su puerta con llave y yo la mía. Es una larga historia, cariño...
—No tengo ninguna prisa. —Al ver que no decía nada, continué—: Mitch, ¿estáis...?
—No —me interrumpió con decisión—. No. No dormimos juntos. No vamos a volver, por mucho que ella quiera.
Tuve que humedecerme los labios.
—Pero ¿es lo que tú quieres?
Esta vez la pausa fue más larga.
—Mentiría si te dijera que no se me ha pasado por la cabeza. No mereces que te mienta.
Oh, no, sólo me merecía que nos viéramos a escondidas, que me dijeran que era demasiado joven para entenderlo, un hermano muerto y una madre que había intentado matar a mi abuelo y que casi había acabado conmigo. Me merecía un amante que era mi profesor, estaba casado, no iba a divorciarse de su mujer y podía estar mintiéndome en aquel mismo momento.
Entonces tuve otro pensamiento aún más brillante. Tal vez Mitch no hubiera encontrado una razón para divorciarse, hasta ahora. Hasta conocerme. Tal vez ése fuera el motivo por el que ahora estaban juntos.
Pero no fue eso lo que le pregunté.
—Mitch, cuando tu... cuando la señora Anderson ha contestado al teléfono, creía que yo era de la policía. Creía que era Danielle.
Permaneció tanto rato en silencio que pensé que se había cortado.
—¿Mitch?
—Te escucho. Mira, en este momento no puedo hablar. Lo haremos, pero no ahora. Sinceramente, cariño, creo que ahora mismo tienes otros asuntos de los que ocuparte, así que no te inquietes por esto. Te lo explicaré más tarde, ¿vale?
—¿Te has metido en un lío?
—No.
Entonces me explicó que tenía que quedarse un día más y que no volvería a su casa hasta el domingo.
—Pero te llamaré luego, ¿vale? Nos vemos pronto, cielo.
Me dijo que me quería y colgamos.

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora