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Las ocho y diez.

Hacía mucho que David se había marchado. El partido de fútbol había terminado. El desfile de coches se veía a lo lejos, sus faros como cuentas en un cordel. El autobús del equipo contrario se había marchado traqueteando. Desde mi sitio, acurrucada al abrigo del muro exterior de la biblioteca, había visto a los jugadores abandonar el campo superior en dirección a los vestuarios y luego volver a salir, para dirigirse, entre gritos e improperios, a sus coches.
Mamá. No. Aparecía.

Nunca había llegado tan tarde. La librería cerraba a las nueve los días laborables, pero desde que había empezado la escuela, mamá dejaba que Evan se ocupara. Podía haberse retrasado y haber salido a las siete, incluso a las siete y media. Media hora, como máximo, para llegar. Si se había topado con un accidente o un atasco, puede que más. Quizá eso era lo que había ocurrido.
O... ¿tal vez se había olvidado de mí? ¿Cómo te olvidas de tu propia hija?

Tenía que haber una explicación más sencilla. Últimamente, mamá andaba muy ocupada en la tienda. Se había enfrascado en el trabajo y yo había desaparecido de su mente por completo. Puede que ya estuviera a medio camino de casa, conduciendo casi en piloto automático, pensando en todo lo que tenía que hacer antes de la fiesta. Seguro que en cualquier momento se acordaría. Probablemente estaba buscando un sitio para dar media vuelta.

Pero ¿y si se había visto implicada en un accidente?
Me abracé las rodillas, temblando. Al día siguiente empezaba el mes de octubre y, en Wisconsin, el aire ya era cortante y muy frío. ¿La llamaba? A pesar de los motivos que lo impulsaban, debería haber aceptado el ofrecimiento de David.

Había sido una estúpida quedándome a esperar, perdiendo el tiempo cuando podía haber usado su móvil o buscado un teléfono. En el despacho, quizá. ¿Habría una cabina cerca del campo de fútbol? Me puse en pie mientras me sacudía los tejanos. Bajaría a ver si encontraba...

—¿Hola?
Estaba tan preocupada que no había oído como se abría la puerta principal. A mi izquierda se encontraba el señor Anderson, envuelto en un halo de luz bajo los soportales.
—¿Quién...? Por Dios, ¿qué haces aún aquí afuera?

Era un déjà vu de lo ocurrido con David, pero esta vez todo lo que sentí fue una súbita oleada de alivio. Debería haber pensado en el señor Anderson, pero no había visto su coche, así que imaginé que se había marchado a casa en algún momento, cuando yo no miraba. Seguramente, cuando estaba ocupada ganándome la antipatía de David. Me escuchó mientras yo le explicaba lo que ocurría y luego se metió la mano en el bolsillo.

—Llámala —me dijo, ofreciéndome su móvil.

Esta vez no discutí, aunque tuvo que enseñarme a usarlo. Era un iPhone y mi experiencia con los móviles se limitaba a la vieja Blackberry de mamá, pero estaba demasiado preocupada para avergonzarme.

Mamá no contestó. Llamé tres veces, y a la tercera saltó el buzón de voz. Entonces probé con la tienda. Evan me atendió, sólo para darme más malas noticias: mamá se había marchado antes de que cerraran.

—Ya debería de haber llegado —señaló Evan—. Intentaré ponerme en contacto con ella y le diré que la has llamado, ¿vale? Dame el número.
—Ah...
Miré al señor Anderson.
—¿Cuál es su número de teléfono? —le pregunté.
—Dame —dijo él, y me cogió el móvil.
Dictó el número de un tirón, escuchó, dijo «Anderson», escuchó de nuevo y luego me tendió el teléfono.
—¿Quién era ése? —preguntó Evan. Su tono era más afilado ahora, más suspicaz—. ¿Va todo bien?
—Claro, estoy bien. Es mi profesor de química —respondí, mortificada.
—Mmmmm.
Una pausa.
—¿Quieres que vaya a recogerte, cariño?
—No, estoy bien, Evan. De verdad. Sólo... Si averiguas algo sobre mamá...
—Lo haré. Llámame si no consigues encontrarla, ¿de acuerdo? En el peor de los casos, puedes quedarte conmigo y con Brad.
—Estaré bien —insistí—. Llámame sólo si...
Me aseguró que lo haría y corté la llamada.
—Lo siento —le dije al señor Anderson—. Por lo de Evan, quiero decir.
—No pasa nada. Es bueno que la gente se preocupe por ti. ¿Quién es el siguiente?
—Mi padre.

Ahogada en una grabadora (SINREVISAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora