Al levantarse el sábado por la mañana, el señor Iskandar estiró mi cama, bebió un café, se llevó pan amasado y lloró como un niño al despedirse. Un llanto exagerado que irritó a Aníbal, puso sensible a Karmel, contagió a Joni e incomodó a Noni. Se fue, prometiendo que, si todo iba bien con el negocio, llevaría a la familia al sur para Navidad. No me dirigió la palabra cuando se despidió de mí estrechando nuestras manos. Yo sonreí sutilmente, él con desazón, pero a la vez miedo.
Aún tenía presente que no me podía decir nada.
El día transcurrió, después del desayuno Karmel y Aníbal fueron a dormir una siesta que se extendió hasta la tarde. No queríamos molestarlos, ya que se veían demacrados, con más ojeras que yo, por lo que Noni tomó las riendas del hostal. Joni también ayudó, más tarde los tres aportamos con la limpieza; barrimos la entrada, pasamos la aspiradora y tendimos la ropa. Aníbal despertó justo cuando varios huéspedes ya debían irse.
Más tarde cuando comenzó a anochecer, me senté al escritorio. Y mientras esperaba a que se descargara un archivo, fui a sacar una toalla a mi armario, me la colgué al cuello y en eso, sentí mi celular vibrar. Estaba casi seguro que era Romina, pero no.
Era mi madre, Jackeline.
—¿Aló? ¿Mamá? —contesté bastante extrañado. No entendía por qué me llamaba por estas fechas. No era Navidad, no era mi cumpleaños, nadie había muerto. No debía por qué interesarle en ese momento.
—¿West me escuchas bien?... ¿Hijo?
—Te escuchó perfectamente mamá.
—Ya... —suspiró—. Qué bueno oírte, ¿cómo estás? —preguntó. Percibí que hablaba entrecortadamente, emocionada. Cómo la voz de una madre cuando escucha a su hijo después de mucho tiempo. Cosa que a mí, se me hacía extraña.
—Bien, todo bien. ¿Y tú? ¿Cómo está papá? ¿Cómo están... todos? —dije, sentándome en la orilla de la cama.
—Estamos todos bien... Nos habías olvidado —rio y la sentí sonarse la nariz.
Realmente hice el esfuerzo de reír, pero simplemente no me hizo gracia su comentario.
—He intentado por varios días comunicarme contigo, no sé qué pasaba —habló rápidamente, dejando pasar lo anterior—. West, ¿has sabido algo de... tu hermana Romina? —su voz volvió a cortarse. Sentía un piano y a unos niños jugando y riendo de fondo.
Dudé mucho sobre si decirle o no, pero finalmente le expliqué (sin muchos detalles) que ambos estábamos arrendando en un hostal. Se emocionó cuando se enteró que estaba... viva, básicamente. Conmigo. Eso sí, no le conté de su embarazo. Luego me preguntó sobre mis estudios, mi trabajo, mi dinero, mi sustento. Y aunque me seguía extrañando de sobremanera su inexplicable y repentino interés por sus mellizos, le hablé. Le hablé de mi trabajo y de la práctica.
En un momento sentí a un pequeño de acento español decir "¿Abuela con quién estás hablando?... ¿Por qué lloras?". Mi madre le respondió "Es tu tío West. Es hermano de tu padre, Andresito". Entendí que era el hijo de Gerald, mi hermano mayor, que ya debe tener unos treinta y dos. "¿Quieres hablar con él?", prosiguió mi madre. "Bueno", aceptó el pequeño.
Y hablé con Andrés. Y me hizo un montón de preguntas, sobre quién era y por qué no me conocía.
—¿No puedes venir ahora? —preguntó en un momento.
—Me temo que no... De hecho, tendría que planearlo muy bien si tan solo quisiera ir por un fin de semana para allá.
—¿Dónde estás? Quizás mi padre puede pasar a buscarte —dijo—. A menos que estés en otra ciudad, tío.
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Sigue el camino de las hormigas
Teen FictionWest estudia enfermería y trabaja, pero a un costo que es preferible abstenerse de explicar. Es buena persona, pero su apariencia similar a la de un reo no es de mucha ayuda. La persona que más amaba murió. Y no sabe del paradero de su hermana hace...