3 "El chico que parece un delincuente"

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¿Qué puedo decir del transporte público?

Bueno, que es la parte que más me gusta del día. Es el único lugar en el que realmente puedo dormir a gusto, y descansar incluso cuando no me siento. No tengo que hacer nada, solo debo esperar llegar a casa.

Desperté de un sobresalto, bebí un poco de agua de mi botella que dejo en el bolsillo lateral de mi mochila, y me di cuenta de que no queda mucho para bajarme. Miré el vagón, solo estoy acompañado por una señora de abrigo rojo y pañuelo beige, y por una niña adormilada de uniforme escolar que va apoyada en su brazo.

La señora me miró y apartó la vista rápidamente, como asustada. Agarró la mano de su pequeña y se acomodó su pañuelo.

—Mami me aprietas —se quejó la niña, su madre le besó la manita y yo sonreí levemente.

Volví a cerrar los ojos, e involuntariamente mi cabeza se fue hacia atrás—. No —murmuré autoconvenciéndome de que ya no puedo dormir más.

El tren llegó a la parada y la señora se paró rápidamente, casi que arrastrando a la niña. Yo me colgué mi mochila, me paré y llegué al lado de la señora, que toca el botón para que se abran las puertas.

Bajamos del vagón, y para mi sorpresa la señora empezó a caminar en la misma dirección que yo. Me abroché mi chaqueta hasta arriba y solté vaho. La mujer miró hacia atrás, y al verme volvió a girar, aterrada. Seguido tomó a la niña en brazos y se fue a paso rápido. Yo me paré en seco y fruncí el ceño, miré hacía atrás para ver si hay algún matón listo para asaltarme..., pero no, la estación está completamente vacía, como siempre a esta hora.

Saqué quizás la conclusión más triste, pero la más obvia en este caso. Uno, el escenario es digno de desconfianza: soy un hombre, en una estación vacía pareciendo seguir a una mujer y su hija a las casi diez de la noche. Y dos, no es cómo que mi aspecto sirva mucho.

Heredé genes especiales, mis padres son altos, delgados y de cara ósea. La verdad no sé por qué me sorprende tanto haber asustado a la señora, siempre he tenido problemas de no causar una buena impresión a la primera, cuando solo se guían por mi apariencia, o ando sin mi delantal blanco, que de alguna manera genera confianza, que demuestra que soy una persona honrada, de la que no hay que temer.

Llegué al edificio, prendí la luz y esquivé un charquito de agua sucia. Empecé a subir las eternas escaleras. Llegué al segundo piso y el perro que se instala allí, en el cartón de una caja de lavadora, se acercó a mí. Olfateó el bolso que me dio Noni, yo lo miré para abajo, él a mí hacia arriba, y se le paró la cola. Seguí con mi camino y me eché el bolso al hombro.

El vecino del 26 salió y dejó la basura en el pasillo, me miró con desdén y nuevamente entró a su casa. ¿Qué le cuesta...? Suspiré y me convencí de que no vale la pena, aunque saque la basura ajena todas las veces que pueda el fétido olor del edificio no se irá.

Llegué a mi departamento y cuando iba a cerrar la puerta me di cuenta de que el perro me había seguido. Hice una mueca y por más que quise no mirarlo, me fue imposible.

—Vete —le ordené firme, pero el porfiado en cambio empezó a mover la cola. Yo cerré la puerta, y él me siguió con la mirada hasta que no pudo más.

Fui a lavarme las manos al baño y prendí la tenue luz arriba del espejo. Suspiré y me mojé el rostro, me saqué mi polera y la tiré a la bañera.

"No quiero que me toque con Frankenstein", "pareces un delincuente", "tienes dientes de Madonna".

Recordé algunas de las tantas cosas que me han dicho en mi vida y sonreí de lado. Me quedé observándome atentamente; a mi quijada, que es tan marcada como los huesos de mis clavículas y mi esternón. A mis ojos hundidos y a mi cabeza rapada, que supuestamente iba a suavizar mis facciones, pero que como dijo Anne: "ahora pareces un preso West". Quizás por eso a Noni le pongo un poco de los nervios.

Sigue el camino de las hormigasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora