1 "West, Noni"

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«Ya sé, Cien años de soledad... No. Siendo profesora de lenguaje, probablemente ya lo habrá leído», pensé.


Miré la ventana a mis espaldas y seguí pensando en algún libro que regalarle. Uno que no haga notar que lo estuve pensando por más de media hora.

—¡Ayuda!, ¿hay alguien? —escuché decir a alguien desde afuera. Me sobresalté y paré para ir a abrir la puerta.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudar... te? —dije, pero terminé balbuceando al ver la interesante escena: 

Un niño pelinegro muy angustiado sujetando la mano de un chico a su lado, cuya palma tenía una enorme aguja clavada. 

Oí un quejido y miré al herido, quien con la cabeza gacha miraba como una gota de sangre resbala por su dedo anular.

—Pasen, pasen —reaccioné. Ambos pasaron y yo me lavé las manos en el lavatorio, seguido busqué unas pinzas y agarré la toalla de papel.

—¡Sáquesela rápido por favor! —exclamó el niño apurándome, llegando a mi lado.

—Enseguida. Dile que se siente en la camilla —dije. Me acerqué a él y tomé su mano, que apartó al instante—. ¿Duele mucho? —le pregunté y lo miré, pero solo me encontré con su cabeza gacha cubierta por un enmarañado cabello anaranjado. Un pelirrojo bastante único. 

El pequeño se sentó junto al mayor y comenzó a sobarle el antebrazo.

—Déjame ver... —dije, volví a tomar su mano por el dorso, dejando la palma hacia arriba, y agarré las pinzas—. Esta muy profunda —dije haciendo una mueca preocupado, pero tranquilo de concluir que solo es una herida punzante menor.

—¡Te dije que no había manera de salvarlo tonto! —regañó el niño al pelirrojo.

—¿Salvar qué cosa? —pregunté extrañado.

—Usted concéntrese.

—Claro —le obedecí—. Ahora respira profundo y no te vas ni a dar cuenta cuando te la haya sacado —le dije a mi paciente. Lo miré y cuando inhaló lenta y temblorosamente tomé la punta de la que creía era una aguja. La rapidez del primer encuentro no me dio para fijarme que era una espina.

—Me voy a desmallar —comentó el niño, que veía la sangrienta escena. Cuando saqué la espina, inmediatamente tapé la herida con toalla de papel. Finalmente miré al niño y ladeé un poco mi cabeza.

—No podría atenderlos a los dos al mismo tiempo, así que sé fuerte —le dije y él asintió firme, como un pequeño soldado. Volví la vista a mi paciente, y pude distinguir una frente, un par de ojos llorosos fijos en su palma, una nariz un poco irritada y una boca pequeña, de labios gruesos—. Ya salió —dije al muchacho, quien asintió—. Tú sujeta aquí, ya vuelvo —le dije al niño, indicándole que sujetara la toalla de papel.

—Vale —asintió él.

Fui al estante y aunque me perdí un poco, encontré lo que buscaba: algodón y gel desinfectante. Volví donde los chicos y corrí mi silla para dejarla al frente de la camilla, tomé la mano del herido y dejé lo que había traído en la esquina del escritorio.

—Wow, es el mismo que tenemos en casa Noni —dijo el niño emocionado, tomando el gel desinfectante. Yo fruncí el ceño ligeramente. 

—¿Cómo se llama? —pregunté incrédulo al pelinegro.

—Noni —repitió él. Yo asentí y sonreí de lado.

—Bueno, yo soy West, enfermero aquí hace... exactamente una semana —dije y con el peque sonreímos. Saqué y doblé por la mitad el pedazo de toalla de papel, para ponerla otra vez sobre la herida—. Voy a ejercer un poco de presión para que pare la hemorragia.

Sigue el camino de las hormigasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora