4 "La boleta de Richard"

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Lunes. Fin de mes. Moriré.

Salí apresurado de mi casa, mi amigo el perro, me siguió hasta la estación y un guardia lo retuvo antes de que comenzara a bajar la escalera. Suspiré y tuve que hacerle mimos un tanto irritado.

—Si la suerte existe, deséamela, solo así podremos comer —le hablé firmemente agarrándolo con mis dos manos del hocico, él lamió mi palma. Me paré y lo miré una última vez mientras llegaba al andén—. ¡A la tarde revisaremos ese ojo!

El guardia miró al loco que habla con un perro despectivamente, mientras este alcanzaba a encaramarse en el vagón.

Suspiré y cerré la puerta con el botón.

Hoy fue el día menos productivo desde que trabajo en la enfermería, pero mis clases transcurrieron normales. Lo que más vemos últimamente no es materia, ya tuve primer año para esa tortura. Sí asisto a muchos seminarios, los eternos pero divertidos seminarios. Comenzar la práctica me tiene muy emocionado, aunque me genere un dolor de cabeza constante solo pensar que quizás deba llegar más tarde a casa, o verme en la obligación de dejar el empleo.

Adiós vida social (que nunca existió).

A pesar de todo no me siento mal, está semana me pagarán en la escuela, cosa que me mantiene tranquilo, los ahorros de mi Mariely no durarían para siempre.

Lo que me genera inquietud es la maldita renta. Aún no logro comprender como es que llegué a parar a ese sórdido edificio, me estafaron desde la primera vez y fui un imbécil en no darme cuenta que me estaba metiendo en un lío, un círculo vicioso estresante y que más de algún mal rato me haría pasar.

...

Me llevé las manos a mi nuca y sentí la textura del rapado, puse la cabeza entre las piernas y suspiré sintiendo mi corazón latir con fuerza. Puse dos dedos en mi cien y comencé a contar.

Casi 150 latidos por minuto no está nada bien, sobre todo si solo es por la ansiedad que estoy sintiendo.

—¿West estás bien? —sentí preguntar a Anne. Levanté la cabeza y la miré entrando, lleva su uniforme amarillo con estampado de ositos.

Sonreí enternecido y me paré rápidamente. Me detuve sintiendo un mareo que estuvo a punto de desestabilizarme.

—No desayunaste —me incriminó.

No le respondí, no tenía nada que responderle, no quería mentir y de alguna manera seguir picando el bichito de su consciencia. Tomé mi celular del escritorio y la saludé dándole un beso en la mejilla.

—Vamos afuera, está fresquito —dijo enredando su brazo con el mío.

Salimos y me estiré, llegando a tocar unas decoraciones de papel crepé azul en el techo, esas que los niños se esfuerzan para tocar saltando, corriendo de un extremo a otro por el pasillo.

—Llévame a conocer la cafetería, te compro lo que quieras —me dijo Anne, pero no le pude prestar mayor atención. Veo a Noni, está mirando el patio por una ventana al final del pasillo, no sé si está triste, cansado o simplemente esa es su expresión usual.

—Se me olvidó —pensé en voz alta llevándome una mano a la cabeza, y sentí la culpa pegándome una dura bofetada. Bajé mi mano tapando mi boca y sonreí sin más.

Anne miró a Noni confundida.

—Vamos —le indiqué en un susurro y ella rodó los ojos como una niña pequeña mientras la arrastraba de la muñeca. Anne odia presentarse ante nuevas personas.

Sigue el camino de las hormigasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora