13 "Un segundo beso"

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—Ya Andrés, está todo en orden. Recuerda no andar brusco —dijo West al niño que estaba atendiendo antes de salir de la enfermería a mi encuentro. El pequeño limpió sus ojos llorosos y miró al enfermero.

—Chao —se despidió sobando su codo derecho donde tenía una bendita, y se fue. West cerró la puerta y se volvió hacía mí, que sentado en la silla de su escritorio mantenía la mirada fija en mi regazo. Se acercó hasta que quedamos frente a frente y puso de cuclillas para estar a mi altura.

—¿Estás bien? —preguntó suavemente, y me limité a negar con la cabeza mientras no podía relajar mi rostro. Mantenía el ceño y los labios fruncidos, lleno de ira.

"Enfermito", la palabra con la cual me había calificado Richard, seguía rondando en mi cabeza. Y no podía expresarme, no sabía cómo explicarle a West que aunque no estuviera bien no era necesario que dijera o hiciera algo. Solo tenía que dejarme estar ahí con él.

Sabía que probablemente ese era el momento en que se decía algo como: "Con que no estaba tan equivocado". Quizá ya había deducido algo hace mucho o mis padres se lo habían comunicado, como precaución ante cualquier problema entre nos. Pero también pensé en si no, en la posibilidad de que estuviera extremadamente confundido queriendo respuestas. No logro comprender por qué, pero era la única ocasión en que no quería responderlas. Sentía frustración. Esa frustración que me vuelve una masa de rabia. No estaba enojado con Richard, me había enojado la forma en que dejó en evidencia de la peor manera todo. Sinceramente lo que había dicho Richard para descalificarme me parecía estúpido, porque ¿con qué derecho me llamaba así? ¿No sería él en ese caso lo mismo, un enfermito?

...

Llegamos a casa junto a Joni, y después de calentar el almuerzo para ambos fui a ordenar mi habitación. Cuando hube terminado abrí la ventana para ventilar, decidiendo cerrarla al poco rato, ya que hacía mucho frío. Me senté en mi cama, escuchando a Joni reírse viendo El increíble mundo de Gumball. A estas les llamo "horas muertas". Si no tengo tarea o algo que estudiar me permito hacer otras actividades de ocio hasta las seis, cuando voy a regar las plantas. Mis tardes se resumen en esto, y así ha sido durante los últimos cinco años, cuando dejé de ir al colegio en el horario vespertino. Antes, a estas mismas horas, nos sacaban de clases a mí y a Richard para ir al taller de integración escolar.

Un lunes, Richard Santoro llegó a la en ese entonces, pequeña salita al lado del cuarto de fotocopias en el primer piso. Venía acompañado de la tía Beti, conversando muy amistosamente mientras él jugaba a pasarse una manzana de mano a mano. La primera impresión que tuve de él fue que era muy alto y robusto, y que estaba muy rojo. Aunque al principio se mostró un poco retraído y vergonzoso, pronto se le pasó. Recuerdo que ese mismo día, el primero que estuvo con nosotros, hizo llorar a una niña llamada Valentina, al botarla de su silla de ruedas. Quiso pararse en la parte de atrás y seguramente que ella avanzara. Valentina había perdido la movilidad en las piernas y tenía un lento aprendizaje. Era morena, muy delgada, bajita, usaba lentes con mucho aumento y llevaba religiosamente dos coletas como peinado. No había día en que no llorara.

No fue hasta una semana después, que Richard se dio cuenta de mi presencia, ya que salvo de compartir la mesa para hacer las actividades, yo siempre tomaba distancia de todos, como Dante, el menor de la clase con seis años. Tenía autismo. Exceptuando a la tía Beti, él no saludaba a nadie más. Costaba mucho para que hiciera las actividades que le indicaban, su atención siempre estaba en algún juguete y si se lo quitaban... Si se lo quitaban yo ya estaba tapándome los oídos para no oír sus berrinches. Había veces en que definitivamente no colaboraba, y se escondía debajo de las mesas para pasar el resto de la hora allí. La condición TEA, conocida como Asperger, es un trastorno del espectro Autista, por lo que aunque era muy leve, tenía una especie de complicidad con él. Mientras otras personas normalmente se compadecían de él al verlo solo, yo solo notaba la frustración que le causaba el que quisieran sacarlo de su mundo. A mí sí me interesaba integrarme... conversar..., pero fracasaba cuando lo intentaba, por lo que simplemente dejé de hacerlo. Aparte, a esa edad disfrutaba mucho más de estar solo, por lo que tampoco me era muy relevante.

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