27 "El regreso de las hormigas"

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Como Karmel y Joni llegaron muy cansados el domingo, se acostaron a primera hora y no fue hasta el almuerzo del lunes que nos hablaron del viaje. Nos mostraron fotos y más tarde terminaron de desempacar. 

El peque y Noni estuvieron toda la tarde juntos. En la mañana despacharon a muchos huéspedes, prácticamente Martina quedó sola abajo, por lo que le hice compañía durante la tarde. Karmel descansó junto a Aníbal, se dieron el gusto puesto que no había ninguna pronta reserva.

Al llegar la tarde preparé mis cosas para el turno de la noche. Últimamente hacía muchas jornadas de práctica nocturnas. El trabajo se estaba volviendo muy pesado, pero no al punto de quejarme. Lo que no era precisamente de mi agrado ni me producía especial entusiasmo era la jornada reflexiva del viernes en el colegio, que para mí realmente significaba: una ida al colegio con el único propósito de hablar un momento con el director y tratar mi estadía en el puesto o no. Solamente iría a sacar la vuelta hasta que llegase ese momento. Y la verdad, es que temía a ese momento. Temía por mi vida. Y la de Rey.

Desde que soy su dueño siempre lo pienso así.

Volví al presente.

Lo que también me aterraba, de mañana, era el cierre de semestre. Notas, ramos, promedios, rankings. Cosas en las que nunca he creído y siempre he repudiado, pero que a la vez siempre he respetado, con sumisión y terror.

Al comentar sutilmente esto en la cena, Aníbal y Karmel me desearon suerte y Joni me aseguró que pasaría, que no tenía ninguna duda en que aprobaría todo. Noni sin más guardó silencio, asintiendo una vez a lo que me decía Karmel sobre que estuviera tranquilo y confiado.

En ese momento sonreí ladinamente, pero la angustia no se me pasó.

También salió el tema de nuestro cancelado viaje a España junto a Romina. No ahondé en detalles, pero creo que les quedó a todos bastante claro que simplemente nos habíamos arrepentido. Que por el momento queríamos quedarnos aquí y seguir viendo como progresaba todo. Ese mismo día hablé con mi madre, quien se puso bastante triste, puesto que tenía previsto y estaba muy emocionada con la idea de tenernos allá la próxima semana.

Me costó mucho quedarme dormido, cuando lo que más necesitaba era descansar. Un dolor de cabeza me martilleaba las sienes. El estrés siempre se ha manifestado en mí de esa manera.

A veces imagino que mi cerebro es una laptop antiquísima a la que a veces le sale humo cuando sobre pienso las cosas.

Y en esa ocasión, pensar en el Pelinaranja no sirvió mucho para que me calmara. Solo me hizo sentir frío, por no tenerlo a mi lado. Por no habernos acercado otra vez. El domingo estaba convencido de que eran las ocasiones, las horas y lugares los que no funcionaban, los que nos jugaban una mala pasada y mantenían separados, pero hoy me había dado cuenta que quizá en parte también éramos nosotros mismos. Quizá aún estábamos asimilando lo que había pasado, y realmente no sabíamos cómo volver a hablarnos. Como actuar o qué hacer juntos.

Pero de algo sí estaba seguro: lo extrañaba mucho. Lo necesitaba.

...

Me encontraba en la enfermería, con una taza de té en mis manos y los pies inquietos. Había caminado por la salita todo el rato, rodeando el escritorio, paseado cerca de la ventana, revisado informes y ordenando y limpiando un poco. En esa sala siempre se junta mucho polvo.

Antes había estado junto a Alondra, quién debía ir a una reunión en la sala de profesores. Me habló de lo que tenía pensado hacer el resto de las vacaciones de invierno. Se iría con una amiga a un recinto tipo spa en el sur. Se le veía muy feliz y relajada, como siempre. Cuando me preguntó cómo estaba, yo le conté lo que me tenía angustiado muy brevemente. Le di a entender que era la preocupación constante que sufren las personas: el saber si la vida está yendo bien o no.

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