2 "El enfermero escolar"

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Siempre se me hace tedioso despertar, salir de la cama intentando no pisar con el pie izquierdo, poner mi mejor cara y hacer el sermón de todos los días: "Será un gran día, tenlo por seguro West". Pero, aunque siempre despierto dispuesto a estar positivo, la soledad me pega fuerte.

Honestamente no entiendo lo rápido que pasó mi primer año de enfermería, un año lleno de pesadeces, que por milagro no interfirieron en mis estudios. Me gusta la carrera y no me arrepiento de haberla escogido, me hace ilusión imaginarme en un futuro cercano como un enfermero ya realizado. Ese es el motor que me impulsa, y me alegra tanto que no haya fallado en enero, donde estaba muy deprimido, sin la mera esperanza para el primer semestre. Todo el día me lo pasaba holgazaneando, mirando por la ventana de mi pequeño departamento esperando el crepúsculo, mientras rozaba mis encías irritadas por tantas galletas de salvado, que era lo único que comía.

Por eso haber conseguido el empleo en el colegio Belveder fue el golpe de suerte más grande que pude haber tenido. Básicamente en mi facultad anunciaron que aquel colegio necesitaba un enfermero o enfermera, y de entre ocho que vagamente se interesaron quedé yo, el más entusiasmado cuando me fui a presentar a la entrevista, el único loco que realmente estaba listo y dispuesto a hacer un trabajo de tiempo completo, a parte de sus horas en la universidad.

—Ya debo ver a toda esa manga de pequeños zánganos otra vez —dijo Anne cuando me subí a su auto. Hice una mueca, he aprendido a tolerar su carácter y palabras crueles que no puede simplemente guardarse.

—Son solo niños Anne, tú igual fuiste así alguna vez —dije mientras me abrochaba el cinturón.

—Son pequeñas personitas materialistas y engreídas —dijo ella mientras entraba a la calle otra vez. Recordé al encantador Joni de ayer y sonreí.

La miré a mi lado, quise contarle mi encuentro de ayer con los hermanos, pero opté por mejor dejarla bufar en lo que quedaba de trayecto. Siempre es dura y muy impaciente, pero en el fondo no es una mala persona, solo que a veces es un poco... bruja, y no sabe cómo expresarse si no es a base de insultos sofisticados.

—Sé que no te gusta la práctica con niños... —suspiré— ..., pero piensa en cómo se alinearon los astros este año, y esas cosas en las que crees —reí y ella también, rodando los ojos.

Anne García es mi amiga, va en cuarto y este año le tocó su práctica en la clínica del centro, tratando en el área de cuidado intensivo de menores. Como la clínica y la escuela Belveder quedan en el mismo sector, podemos almorzar en la hora de descanso que tiene, así lo planeamos hace una semana.

—Sí, lo siento —se disculpó más calmada—. ¡Es solo que odio a los niños!, y a los adolescentes.

—Y a todas las personas en general... —dije, reímos y ella me pegó un codazo.

Me dejó fuera de la escuela y me dirigí a la enfermería, prendí la luz, me puse mi delantal blanco y me colgué mi collar de estudiante, que tiene mis datos en un pequeño cuadrado plastificado. Abrí las ventanas para que se ventile y tenga luz el oscuro cuarto, que me recuerda a mi departamento. Es como si sea a donde vaya, arrastrara conmigo una fea penumbra.

He pasado como todos estos días, esperando a que caiga algún accidentado, pero casi nunca son casos graves. Son dolores de cabeza, raspones en las rodillas causados por juegos bruscos y algún otro dolor de estómago que algunos pequeños fingen para que los mande a sus casas.

...

—Mis pies me están matando —dijo Anne entrando a la enfermería cuando dieron las una. Sonreí ante su habitual puntualidad cuando se trata de la hora de comer. Comenzó a amarrar su cabello castaño en una coleta, y sonreí al ver como su pantalón celeste de tela necesita urgentemente unas bastas.

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