El insomnio es terrible. Pero dormir todos los días catorce horas, peor.
Era un jueves. Habían pasado una semana y cinco días desde que estaba en el departamento de Anne. Los chicos ya habían vuelto al colegio. Se suponía que yo también debería haber vuelto, al puesto de enfermero, pero había renunciado.
Una de las cosas que me había pedido Aníbal antes de irme, había sido no volver a ver a Noni y a Joni. No interactuar con ellos, no toparme con ellos, no hablar ni mensajear con ellos. Y seguir trabajando en el colegio suponía la mayoría de esas cosas.
Aníbal era el claro ejemplo de que uno nunca termina de conocer a las personas. Probablemente él pensaba lo mismo de mí. Sin embargo, por más que intento no consigo odiarlo. No puedo dejar de culparme a mí mismo por lo que pasó. Comienzo a regañarme cuando si quiera pienso que realmente no fue mi culpa, que no merecía el trato que me dio, que la violencia fue injustificada.
Supongo que me odio más que antes. Que mi salud mental no ha mejorado ni un poquito.
Es tan cierto cuando dicen que el ser humano es una criatura de adaptación. Bastaron doce días para que me acostumbrara de lleno a este ambiente.
Hoy desperté a las once; me quedé mirando el techo unos veinte minutos; la puerta que da al pasillo, que a la vez da al baño, que a la vez da directo a la ducha, otros diez más; luego me vi ya bajo la regadera, hipnotizado con las venas hinchadas de mis grandes pies.
Todos los días he estado desayunando lo mismo: un café y un poco de maní. No tengo mucho apetito, pero sí mucha sed.
Anne ya se había ido a la clínica. Me encontraba solo.
Mi entretención ha sido estudiar.
He estado estudiando todos los días. Repasando y revisando exámenes antiguos en los que me iba mal. Sé que suena a psicosis, pero la verdad es que ha sido reconfortante. Ha sido ese factor de refugio. Un refugio en el que me resguardo para no pensar en el hostal, para no pensar en la comodidad de la que era mi habitación en el hostal, para no pensar en las charlas y buenos momentos con Aníbal, para no pensar en la amabilidad agresiva y las deliciosas comidas de Karmel, para no recordar las risas con Joni, para no pensar en las siestas junto a Romina y Rey.
Y para no pensar en... las hojas de otoño, las tres Marías y el anís.
Ya no me atrevo a pronunciar ni pensar su nombre. Me quedo estancado cuando lo hago.
Lo extraño demasiado. Extraño su presencia taciturna, sus intervenciones tan acertadas, nuestras charlas en la huerta. La huerta. Su huerta.
Sonará estúpido, pero extraño ponernos nerviosos por alguna cosa extraña que nos pasó. Y a mí intentado calmar los aires torpemente.
Y me duele no recibir mensajes de él. Y que él no reciba míos. Joni me mandó unos cuantos los primeros días, a escondidas, diciéndome que esperaba que estuviera bien y dándome a entender que en la casa todo estaba muy triste y tenso.
Pero con Noni realmente habíamos perdido el contacto. Realmente no le había vuelto a hablar. ¿Por qué?, me preguntaba y pregunto. ¿Será vergüenza por lo que pasó? ¿Será que está molesto?... ¿pero por qué estaría enojado conmigo? ¿Por no habernos defendido? ¿Por no querer arreglar el asunto?
Decido guiarme por mi instinto y no hablarle. Esperando que él tome el primer paso, sabiendo que él espera lo mismo. Es frustrante.
Algo que agradezco en todo caso, es no añorar su piel, su tacto y sus besos. Y es que fueron tan pocos los que nos dimos. Nuestra relación sentimental recién estaba empezando. Recién se estaba moldeando un tipo de necesidad más carnal. Lo agradezco tanto, porque estoy seguro de que mi estabilidad estaría mucho más hundida ahora.
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Sigue el camino de las hormigas
Teen FictionWest estudia enfermería y trabaja, pero a un costo que es preferible abstenerse de explicar. Es buena persona, pero su apariencia similar a la de un reo no es de mucha ayuda. La persona que más amaba murió. Y no sabe del paradero de su hermana hace...