28 "La exploradora"

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El último lunes de las vacaciones, un día en que llegué aproximadamente a las siete de la tarde, me encontré con un alegre ambiente. Karmel había invitado a una amiga, la señora Margaret, y a su esposo Rony. Junto a ellos, cenamos en la terraza.

Se conversó y comió mucho. Una de esas ocasiones donde la comida se devora en no más de una hora, pero donde la sobremesa es de mínimo dos en compañía del postre.

Karmel nos deleitó a todos con su buena mano; cómo buen niño, Joni dijo cosas algo subidas de tono que nos hicieron carcajearnos a todos; Aníbal entró en mucha confianza y nos relató un montón de anécdotas, de una forma tan expresiva y entretenida que hasta Noni tuvo un ataque de risa en un momento.

Mientras Karmel le pegaba con un mantel y su cara estaba hinchada por reírse tanto, Noni se recargaba con la frente pegada en mi hombro intentado respirar. En cuanto a Joni y yo, pareció como si compitiéramos por quien se reía más fuerte.

Noni más tarde me explicaría que había sentido ganas de llorar en medio de toda esa bochinchera y sofocante felicidad, pero que conmigo a su lado se había sentido menos incómodo, y como seguro.

La señora Margaret fue muy amorosa, y hasta se disculpó innecesariamente por no haberme llevado un regalito también. Que básicamente era una disculpa por no saber de mi existencia. Yo le dije que no debía preocuparse y que me había dado muchísimo gusto conocerla. Luego, seguimos conversamos amistosamente, como si nos conociéramos de toda la vida. Y Noni, después de algunos comentarios tímidos y cortos, se integró de lleno a nuestra conversación.

En ese momento él y yo estábamos muy cerca. Nuestros brazos estaban pegados y él me calentaba las manos bajo la mesa. Fue una charla mucho más tranquila, baja y pausada. Asoció esto a la presencia de Noni en ella, que te pone en una especie de trance en el que te concentras muy bien con cada cosa que dice. Es su inteligente y tranquila personalidad.

En el postre, Joni pidió otro pocillo de helado para convidarle a un niño del primer piso del que se había hecho amigo. Los dos se fueron a ver una película en la gran tele del primer piso. Luis era de su misma edad y junto a su madre habían arrendado una pieza hasta la otra semana.

Los adultos... (Bueno, los más adultos), se quedaron bebiendo más vino y conversando temas que sustituían un tono solemne. El esposo de la amiga de Karmel, un aficionado a las plantas igual que Noni, quiso conocer el huerto, así que él lo llevó y yo de colado los seguí. El señor Rony quedó encantado, y el Pelirronanja le explicó que en la mañana, con la claridad del día es mucho mejor, ya que en la noche, hasta había algunas plantas tapadas, envueltas en grandes lonas. No estaban en su máximo esplendor, estaban durmiendo. Las flores hechas capullos y los tréboles acurrucando sus hojitas contra sí.

Luego el señor Rony se fue y yo y Noni quedamos solos. Nadie se percató, mejor dicho, nadie se preocupó o hubo de sospechar algo negativo de esto. Simplemente nos habíamos quedado juntos. Probablemente pensaron que pronto nos iríamos a acostar.

Fue cuando me le acerqué, esta vez sin ganas de conversar tanto, solo quería abrazarlo. Él estaba lavándose las manos en el lavatorio de la izquierda, a la entrada, puesto que había enterrado los dedos en la tierra, ya que no había podido evitar querer mostrarle algunas de sus plantas favoritas al señor Rony.

Desde atrás, pasé mis manos por su cintura y posé en su torso, acoplándose su espalda a mi pecho.

Cuando terminó de enjuagarse yo seguí abrazándolo, sintiendo otra vez esa sensación de sueño del otro día. De cansancio por tanto amor acumulado.

No sé explicarme... Odio no saber explicarme.

Pero es como... aflicción por tanta dicha. Por estar por fin con esa persona.

Sigue el camino de las hormigasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora