9 "¿Ballet... o bachata?"

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Aunque salí de la universidad bastante tarde, este viernes se pasó muy rápido. La semana prácticamente terminó, y definitivamente se corona como la más... movida, del último tiempo. Tuve importantes discusiones, perdí mi departamento, casi muero de hipotermia en un baño público y finalmente encontré un nuevo arriendo.

Llegué al hostal y después de saludar a Karmel quien se encontraba en la cocina, fui directamente a mi cuarto y me preparé para meterme a bañar.

Frotando mi jabón de vainilla en mi pecho y cuello, que se fue destensando lentamente, crujiendo como plástico de burbujas... sentí la libido por las nubes. No me sorprendí, hasta el momento el estrés me privaba de cualquier deseo carnal, y el cansancio con el que siempre llegaba a la cama simplemente me carcomía entero. Pero, aunque cada vez mi miembro se pusiera más y más duro me negué rotundamente a hacerlo ahí. Aunque quedaría todo perfectamente limpio, supe que sentiría remordimiento cada vez que entre al baño.

Suspiré e intenté distraerme pensando en otras cosas, como planificar desde ya mi día de mañana, cosa que usualmente hago para quedarme dormido. Mordí mi labio y bufé comenzado a molestarme conmigo mismo, puesto que en vez de distraerme solo sentía el calor intensificándose, y los latidos de mi corazón cada vez más profundos. Los ojos gatunos de la profesora de lenguaje se proyectaron en mi mente, visualicé su ondeante cabello cayendo por su espalda... y fantaseé con que me abrazara por detrás, entrelazar mis dedos con los suyos, girar y que nos fundiéramos en un beso.

Soñar es gratis, pero al menos pude tener un buen orgasmo y no sentirme mal, por no haberla sexualizado indebidamente.

Salí de la ducha y me encontré frente al espejo con mi silueta esquelética. Debo recuperar peso, conseguir una crema que humecte mi piel, algo para mis labios partidos, y ojalá dormir bien, para no tener estas ojeras que ahuequen aún más mis ojos. La autoestima no es mi fuerte, son muy pocas las veces en las que alabo algunas cualidades de mi cuerpo, como mis ojos azules, que heredé de mi Mariely. Pero aunque mi propio reflejo a veces me espante... puedo rescatar una cosa: mi buena postura, y lo bien que se me da el baile.

A los diez, yo y Romina tomamos clases de ballet, era solo un pasatiempo que a nuestra abuela le gustaba vernos hacer. Teníamos el cuerpo y la flexibilidad, la gracia y disciplina. Asistíamos a una gran academia dentro de una galería. Había todo tipo de bailes, desde árabe hasta danza contemporánea, donde asistían más personas, que se reunían a bailar coreografías o estilo libre. Un día, en medio de una clase recuerdo haber querido ir a refrescarme, así que me escabullí hasta el segundo piso y al llegar al baño, comencé a escuchar una melodía instrumental muy suave..., pero sensual. Me sentí como enamorado, siempre había sentido fascinación por la guitarra, pero no era el tipo de gusto que te lleva a querer incursionar en él, simplemente me gustaba dejarme llevar por las vibrantes cuerdas que me hacían sentir cosas por dentro que en ese entonces me producían una extrema vergüenza.

Entonces, fui hasta la melodía.

Y llegué a una sala del tercer piso donde un incienso puesto en la bisagra de la puerta me hizo toser. Esa sala era tenue a comparación de las otras, que tenían grandes ventanales por donde la luz entraba llenando todos los rincones.

Vi a una pareja bailando al centro de la pista, y me quedé embobado.

Tal vez fue el contorneo de los cuerpos lo que me puso en tal estado de atontamiento, quizá fue el ritmo o la cercanía... Creo que esto último es lo más acertado, porque hasta ese entonces yo solo tenía el concepto del solitario, de tomar distancia de mis compañeros y compañeras para practicar mis movimientos frente al espejo una y otra vez. Pero ellos no, ellos eran dos espejos frente a frente que formaban una imagen infinita. Estaban cerca, estaban prácticamente abrazados, y jugueteaban y sonreían bailando una relajante y antiquísima bachata.

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