El nuevo vecino

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No sabía si era una alucinación, pero lo que mis ojos veían era a un dios griego. ¡Dios mío! Esos brazos cortados... Ese cabello revuelto. Desde mi ventana lo que se veía era a un ser endemoniadamente sexy. ¿Quién sería? ¿Se estaba mudando a esa casa? ¡Por supuesto que sí! Si estaba bajando ese asiento era por algo... ¡Oh, claro! Ese fue el ruido que me despertó. Ese maldito y molestoso ruido me hizo soltar los brazos de Morfeo.

- Sr. Johnson, ¿necesita ayuda con ese sofá?- Alcancé a escuchar a un señor regordete hablar. Fruncí el ceño por la manera tan formal de dirigirse a aquel chico que de seguro arrancaba suspiros de cualquier fémina. No se veía tan mayor como para decirle "señor".

- ¿Cómo va a necesitarla? ¿Acaso no le ves esos brazos tan sexis y fuertes?- Me dije a mí misma. Ese chico de seguro podía levantar un auto sin ayuda.

- No. Gracias, Peterson. Yo puedo hacerlo - contestó aquel individuo y su voz ronca casi provocó que se me salieran las babas.

- Bien. ¿Y qué te parece la casa?- Preguntó el señor regordete mirando hacia la casona, que supuse, era de Johnson.

- Me parece bien, es grande; tiene garaje y sótano - dijo el chico, mientras cargaba una caja de cartón. La manera en que sus músculos se tensaban me hacía querer ver más de cerca a ese dios, que de seguro, sería mi vecino.

- Es un sitio tranquilo y nunca se ha visto problemas por aquí - el tono entusiasmado de aquel hombre me daban ganas de reír.

- Sí, por eso me mudé. Espero que hayan chicas hermosas por aquí.
Al decir eso, noté cómo miró hacia mi ventana. No pude evitar esconderme.

¿Cómo sabía que estaba mirando? Espera, ¿lo sabía? No lo creía, no pudo saberlo. Tuvo que ser pura casualidad.

- Oh, eso no lo sé, pero puedes averiguarlo después - contestó el señor entre risas.

- No tengo la menor duda - dijo el chico, coquetamente.

No me gustó para nada su tonito al hablar de chicas. Se pudo ver con claridad que era un patán... Un patán demasiado caliente...

***

Estaba en mi habitación. No encontraba mi blusa floral, que me pondría para ir a la iglesia al día siguiente. Mamá de seguro la había lavado y no sabía dónde diablos la metió.
- ¡Mamá! -grité-, ¡mamá!

¡Ugh...! ¿Por qué no contestaba?

Bajé a la sala, pero no se encontraba allí. Fui a la cocina, tampoco estaba. ¿Dónde se había metido mamá? La busqué por toda la casa y no apareció. Salí afuera un rato a tomar aire. Estaba sentada en las escaleras del frente y escuché una voz ronca que me erizó la piel:
- Sabía que habría una chica linda en este lugar -giré y ahí estaba él. Recostado de la verja que separaba mi casa de la suya. Sabía que sería un casanova.

- Disculpa, ¿me está hablando a mí?- Le dije un tanto cortante. No dejaría que su mirada seductora me pusiera nerviosa.

- Oh, no es a ti, es que pensé en voz alta -dijo, sonriendo. ¡Maldita sonrisa hermosa!

- Pues déjeme decirle que no voy a aguantar sus piropos baratos -le espeté. No sabía por qué le hablaba tan formal, pero no me retractaría. Él rió.

- Oh, qué chiquilla presumida. No era por ti que lo decía, sino por la hermosa chica que vive justo enfrente de tu casa - señaló a la gran casa del frente.

¡Ugh...! ¿Enserio? ¡Qué bochorno, Dios mío! No lo dijo por mí, sino por nada más y nada menos que Rebeca Taylor, la niñita presumida y consentida por su padre, que vivía frente a mi casa. La típica chica rubia, alta y delgada más popular de la escuela. ¡Cómo me caía mal! ¡Pero qué rayos! Ese tipo era un idiota y no le iba a dar el gusto de verme avergonzada.

- Ah, claro, si se nota que es el tipo de chica que te gusta, iguales que tú - le dije, improvisando. No lo conocía, pero de alguna forma conocía a los de su clase. Egocéntricos, presumidos y malditamente seductores.

- Ah, ¿sí? ¿Y cómo soy yo según tú?- Dijo, riendo aún más. Eso me provocó rabia.

- Mujeriego, que se cree que todas las mujeres lo desean...

- No me lo creo, es que así es. Creo que tú no eres la excepción, muñeca. No niegues que te gusta lo que ves - dijo, alzando su camisa. Solo eran abdominales, tenías que respirar, Susan, no te podía faltar el aire solo porque ese chico tenía un tonificado abdomen.

- Idiota- le espeté. Él rió con ganas.

- Oye, niña, ¿tu madre no te enseñó a respetar a los adultos?

- No, pero si me enseñó a hacer esto...

Le saqué el dedo del medio y me fui. ¡Qué chico tan idiota, presumido e insoportable! ¡Ugh...! Definitivamente el nuevo vecino me había caído mal.

Mi vecino misteriosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora