- Susan, ¿estás lista?- Me gritó mi madre, como siempre hacía.
- Sí, bajo en un minuto - le contesté, mientras untaba mi lápiz labial.
Era domingo. "Día de ir a la iglesia y pedir perdón por lo cometido en la semana". Así le decía mi madre a Sebastián todos los domingos.
- ¿Por qué tanto apuro, mamá? Si la iglesia es a cinco minutos de aquí - le reproché, cuando bajé a la planta baja. Mamá estaba guardando algo en su bolso apresuradamente. Patricio y Sebastián esperaban en el vehículo.
- No importa, estamos tarde, vámonos - ordenó, caminando hacia la entrada y yo la seguí, rodando los ojos.
Nos montamos en el vehículo familiar. Mi madre tenía tres autos, los cuales estaban muy mal divididos. Ella usaba uno para el trabajo, le regaló uno al imbécil de Patricio y la guagua familiar la usábamos solo para salir juntos, bueno, ellos la usaban para salir juntos, porque yo estaba excluida de sus salidas, cosa que agradecía, pues salir con ellos no era algo que me agradara. Pasé meses insistiéndole a mamá para que me comprara una preciosa guagua Volkswagen, pero siempre tenía una excusa para todo. Era demasiado dura conmigo.
Cuando llegamos a la iglesia, ya había comenzado la misa. Mi madre, mi hermano y mi padrastro, entraron corriendo como balas y se sentaron en los asientos del frente, que la mayoría de las veces estaban vacíos. Yo me quedé parada en la puerta con mi rostro sonrojado. Odiaba llegar tarde a los sitios y mucho más cuando las personas se te quedaban viendo sin ningún disimulo.
Un señor, de unos sesenta años, me cedió su asiento. Le agradecí en susurros y tomé el lugar ofrecido por el caballeroso hombre. Todo iba normal en la misa, la homilía no estuvo tan espectacular como anteriores veces, pero aun así presté toda mi atención a las palabras del sacerdote. Cuando la homilía terminó, justo en el momento en que nos pusimos de pie, mi vista se posó en el asiento de mi lado. Un rostro, que sin duda jamás podría olvidar, apareció en mi campo de visión. Mis ojos recorrieron al sensual e idiota chico que tenía por vecino. ¿Por qué demonios tenía que estar allí? ¿Acaso me estaba siguiendo? Oh, por Dios, Susan McMahon, estábamos en la iglesia, cualquiera podía ir a la iglesia. ¿Pero por qué en mi iglesia? ¿Y por qué tenía que verse tan jodidamente sexy? Su cabello revuelto, su camisa bien arreglada, sus pantalones ajustados, sus zapatos... Todo en complemento era perfecto. ¡Pero él era un chico perfectamente idiota! ¡No podía olvidar ese detalle! Aparté la vista de ese tal Johnson y no volví a mirarlo, aunque estuviera tentada cada cinco minutos a hacerlo.
En el momento de la Paz, donde todos los presentes se dan un saludo, ya sea de mano o beso, di un respingo cuando una mano se colocó en mi cintura y susurraron a mi oído: "La paz, niñita presumida". No tuve que ver su rostro para saber quién era. Cuando mis ojos se encontraron con los suyos, pude notar que tenía unos ojos espectacularmente azules. Oh, Dios mío, ese hombre no podía ser más perfecto. Él volvió a su asiento y no pude concentrarme hasta terminar la misa.- Eres el nuevo vecino, ¿verdad?- Alcancé escuchar a mi madre. Hablaba con el idiota del vecino. Hice como si no los estuviera viendo.
- Así es, señora. Me mudé ayer en la tarde - dijo cortésmente.
- Sí, tu presencia se hizo notar entre las muchachas del vecindario, no dejaban de hablar de ti - le dijo mamá entre risitas. Esta madre mía dándole más motivos al idiota ese para que se creyera el irresistible.
- Ay, señora, no me haga sonrojar -dijo él, sonriendo. "No me haga sonrojar". Quien lo viera, tan modesto y santito. ¡Ugh..., cómo me caía mal ese ser tan presumido!
- Es cierto, muchachito. Usted causó mucho escándalo entre las chicas -le dijo mamá, tocando su hombro y reía. ¿Y esa manera de tocarlo? ¿Mamá estaba loca o qué?
-Oh, no me digas "usted". Soy Derek, Derek Johnson - le dijo, estrechando su mano. Mamá estrechó la suya y él la besó -. Con que Derek Johnson - pensé.
- Un placer, Derek - le dijo mamá, sonriendo.
- El placer ha sido mío, señora - le dijo, también sonriendo -. ¡Pero mira a esos dos! Tanta amabilidad me desconcierta - murmuré.
- Susan, cariño, ven acá...
¿Era a mí? ¿Mi madre llamándome de buena manera? ¡Wau!
- Dime, mamá - respondí, sorprendida y disgustada. No quería ir donde ese idiota, bueno, Derek.
- Mira, él es el nuevo vecino de al lado. Se mudó ayer en la tarde.
- Sí, lo sé, ya lo había conocido - contesté, un poco irritada.
- Sí, señora. Su hija es muy amable y educada, es toda una niñita buena- dijo, guiñando un ojo. ¡Ugh...! ¿Niñita? ¿Por qué me decía así? No era una cría. ¡No! Solo lo decía porque era un idiota.
- Oh, ya veo que se conocen. Sabes que estás bienvenido a mi casa. Estoy segura de que Susan estará a gusto con un chico joven y apuesto como tú, no tiene muchos amigos -dijo mamá, tocando mi cabello. ¿Qué rayos? ¿Ahora tenía que aguantarlo en mi casa? ¡Ah, no, eso sí que no!
- Ay, madre, estoy segura de que a Derek no le interesa venir a la casa de una niñita como yo -dije de inmediato.
- No, Susan, te equivocas. A mí me encanta jugar con niños -dijo, riendo.
¡Oh, maldito hijo de puta! ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué me trataba como si fuera una niña? ¡No era una niña! ¡Tenía dieciocho años! Y él no podía ser tan mayor, o ¿lo era? ¡Ay, qué diablos me importaba! ¡Que se fuera al infierno!
- ¡Te puedes ir al demonio, idiota!
No le di tiempo a mamá para que me regañara. Me fui llena de furia hacia el auto y me puse mis audífonos. El coraje me invadía y no me dejaba canalizar mis pensamientos, pero aunque lo negara, en el fondo sabía que sentía vergüenza y frustración de que Derek Johnson me viera como una niña y no como mujer.
Mi teléfono comenzó a vibrar y vi que tenía un mensaje de texto. Mis ojos se abrieron como platos al ver de quien era.
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Mi vecino misterioso
Ficção AdolescenteTuve que dejar todo atrás y dar comienzo a una vida distinta a la que tenía. Nuevo hogar, nueva vida y nuevo vecino. Mi vida nunca fue tan complicada hasta su llegada. Un torbellino de emociones atravesé cuando, sin tan siquiera esperarlo, me adentr...