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La mayoría de las personas ocultamos muchos sentimientos y emociones con el solo fin de evitar que los demás los noten y, a veces, para convencernos a nosotros mismos de que no están ahí. Ya sabes, esconder mugre bajo la alfombra y fingir que el suelo está limpio. Con esto no me refiero a que seamos seres llenos de mentiras que cargan en el pecho o en la mente, sino a que hay cosas que no salen a luz hasta que la mismísima oscuridad les resulta aterradora.

Los humanos tenemos la capacidad de pensar, sentir y actuar en base a eso. Somos una unidad y tenemos tanto características positivas como negativas. Podríamos decir que todos somos diferentes y eso hace que ninguna definición entre perfecto en una persona, pero podríamos hacer el intento de usar una característica general que casi todos los humanos en la tierra poseen; algunos de manera más notoria y otros, apenas se les nota. Pero está ahí, hace ruido en su existencia y nos deja en claro quienes somos y que queremos.

La codicia, habrás escuchado acerca de ella. Un sentimiento que se genera en torno al deseo de poder y que puede ir acompañado de la famosa envidia. Al fin y al cabo, al ser seres pensantes, sabemos con exactitud que es lo que nos vuelve más poderosos e importantes. Hay una pirámide inevitablemente entre los humanos que nosotros mismos nos encargamos de construir y dónde la punta se ve demasiado tentadora para alguien que vive en los oscuros ángulos inferiores.

Y este sentimiento negativo para algunos nos lleva al principio de la historia, dónde podría meter una aburrida y compleja introducción sobre el mundo que alguna vez existió, sobre los Aurum, seres llenos de poder o sobre los Aeris, todo lo contrario al sujeto anterior. Pero voy a saltearme esa parte, de cualquier forma, se irá desarrollando sola durante el transcurso de la misma. Nos lleva al presente, dónde una radio negra y gastada hace ruidos sonoros en el cinturón de Hyunjin, un chico de veintidós años y con un, tan malditamente ilegal, francotirador en sus manos.

No era la primera vez que estaba ahí, de hecho, llevaba días visitando la misma terraza solo para encontrar un punto justo donde su ojo se colocará seguro en su objetivo. Su cabello castaño sujetado en una especie de boina militar roja, sus manos sujetando un instrumento altamente peligroso y sus ojos atentos a cualquier movimiento.

Y con movimiento se refería a Yang Jeongin, el chico de veinte años que en unos minutos recibiría el premio al mejor promedio del año en su curso para especializarse en la economía igual que sus padres. Un niño rico que había tenido una vida fácil, los típicos juzgados a primera vista que solía hacer Hyunjin.

Apoyó su cuerpo en la barra del edificio, sintiendo el aire chocar en su rostro a estas alturas y escuchando por décima octava vez en diez minutos, una voz desde la radio que decoraba su cinturón.
Hyunjin la tomó en sus manos, sin apartar la vista de Jeongin y apretando el botón que daba lugar a la voz del emisor.

—¿Hwang? —Sonó de manera robótica desde el aparato, Hyunjin se llevó la radio hasta su boca.

—Presente. —Contestó el castaño, relamiendo sus labios y viendo como el niño con ojos de zorro, recibía una especie de ramo de flores.

Maldito idiota.

—¿Lo tienes? —Preguntó la misma voz, tratando de asegurarse de que su trabajo estaba casi completo.

Hyunjin hacía trabajos sucios, de más estaba decirlo con la descripción que hay de el hasta el momento, pero básicamente no le tenía miedo a las leyes ni mucho menos al poder de las personas. Era ágil, habilidoso y siempre demasiado frío a la realidad. Fue una persona que nació en una casa donde la frase que más se escuchaba era: "No por ser un Aeris eres menos poderoso que un Ferrum o un Aurum", por lo menos antes de que sus padres desaparecieran misteriosamente sin dejar rastros.

In My Head - [Hyunin] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora