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Siempre he querido ser mamá

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Siempre he querido ser mamá.

Desde que tengo memoria, desde que era niña, soñaba con tener mi propia familia. Quería que alguien me quisiera tanto como mi padre ama a mi madre. Alguien a quien pueda aferrarme, alguien a quien pueda amar sin límites, alguien a quien pueda besar y en quien pueda confiar. Alguien que haría brillar las estrellas más que el sol durante nuestros paseos nocturnos. Un hombre que me haría soñar con un mundo lleno solo de nuestros recuerdos, nuestros pasos.

Uriah era ese hombre en cada uno de mis sueños.
Porque me mostró un lado de él que nunca antes había enseñado a alguien. Estaba asustado y solo, y tenía tanto odio en su corazón gracias a lo duro que había sido el destino con él. Estaba rodeado de tantas sombras y demasiados pensamientos oscuros dentro de su pobre mente. Era una persona reacia a amar.

Pero lo hizo.

Me amó sin límites.

Él piensa de sí mismo como este hombre frío y de corazón oscuro que no se merece nada en el mundo. Es muy duro consigo mismo y trata de alejar a la gente con sus palabras y acciones cuando las cosas van bien porque tiene miedo de que la vida se lo quite de la misma manera que le arrebató a su madre.

Pero yo no quería ir a ningún lado.

Quería envejecer junto a él. Vivir en un lugar pequeño, en cualquier lugar, donde podamos tomarnos de la mano y ver crecer a nuestros hijos delante de nuestros ojos. Un espacio en este mundo tan inmenso lleno de aventuras que sería solo nuestro. Nuestro espacio seguro lleno de sueños en el que podríamos escondernos si la vida se ponía dura y no teníamos a donde correr.

Teníamos tantas ideas, tantos planes.

Habíamos decidido tener más hijos. Al principio pensé que con uno era suficiente, porque sabía lo difícil que había sido para él durante toda su vida ser un hijo, y esa era la razón por la que no quería niños. Pero fue él quien sugirió intentar uno más, para tantos como quisiéramos.

Mis sueños se habían convertido en los suyos.

Quería una familia.

Éramos una familia unida. Estábamos tan increíblemente felices y no sé qué salió mal que no pudimos mantenernos juntos. No sé en qué paso del camino tropezamos y nos derrumbamos. ¿Cuándo dejamos de intentar alcanzar al otro? ¿Cuándo sus besos se volvieron fríos y mis abrazos insignificantes?

¿En qué momento nuestro amor se volvió menos?
Después de todo, todavía no cambiaría nada de él.
No cambiaría nada porque significaría cambiar cuánto me amaba y cuánto lo amé. Porque aprendí mucho sobre mí mientras estuve entre sus brazos. Me sentí segura, protegida, en paz con el mundo. Descubrí un lado de mí que nunca había visto antes, un rostro completamente nuevo que me ayudó a ver y comprender.

Desató un amor tan poderoso dentro de mi corazón.

Y nunca volveré a amar a nadie así.

Amar y pelear, acusar, negar. Hay tantas cosas relacionadas con él, pero todavía lo amo. Porque dentro de todos esos argumentos estaba el amor que nos tenemos. Siempre nos reconciliábamos con conversaciones o con otros métodos que solían hacerme olvidar de quién era, y en dónde estábamos. Dejaba que sus muros se derrumbaran y me permitió amarlo sin descanso. Y también aprendió a abrirse a la gente. Aprendió a perdonar y a mostrar bondad a la persona que más lo ha lastimado.

Pasando Límites ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora