prefacio

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Sus ojos azules brillaron intensamente ante la luz de la luna, luciendo como un felino dispuesto a destrozar a su presa sin dudar ante ello

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Sus ojos azules brillaron intensamente ante la luz de la luna, luciendo como un felino dispuesto a destrozar a su presa sin dudar ante ello. Su respiración era rápida, provocaba que su pecho subiese y bajase fuertemente gracias a la agitación que corría por sus venas. Más no se permitiría descansar. Parpadear era perder segundos, quedarse quieto significaba ser débil, y no atacar era estar acabado.

Dio un respingo cuando sintió pasos detrás de él, haciendo que todas las alarmas en su sistema se prendiesen en cuestión de segundos. Agradeció que el oscuro cielo de la noche fuese su único aliado. Lo protegía a simple vista de los ojos de los demás. Pero, sabía que eso no sería suficiente para prevenir que el hombre más temido de toda la mansión lo encontrase. Y, cuando pusiese sus manos sobre él, el juego terminaría muy mal. No quería perder tan rápido, necesitaba mucho más tiempo.

No estaba dispuesto a ser segundo lugar.

Escondiéndose detrás de uno de los grandes robles, sonrió orgulloso de sí mismo al saber que nadie en la mansión poseía la habilidad de trepar árboles como él. Sin pensarlo más, empezó a escalar el viejo árbol, y por un momento quiso reír al comprobar que las fuertes raíces aguantaban su peso por más antiguas que fuesen. Había entrenado por años para tensar los músculos de su cuerpo y saber en dónde pisar para volver liviano su peso. Solo necesitaba pasar dos ramas más, dos insignificantes pedazos de madera para estar completamente a salvo de los demás y ganar por primera vez.

Ahogó un grito cuando dos manos se posaron en su espalda, tomándolo de su negra camiseta. Bajándolo como si se tratase de una liviana pluma, un profundo e intimidante par de ojos azules le observó con gracia. Su sonrisa llena de malicia provocó que los vellos en su piel se erizasen. La luz de la luna reflejó solamente su mirada, una que estaría tatuada en sus pesadillas para siempre. Los pies del pequeño no tocaban el suelo gracias a estar alzado de la camisa, tal y como un pequeño león era tratado al no obedecer.

Ofreció una tímida sonrisa de regreso, a lo que el intimidante hombre chasqueó la lengua antes de empezar a moverse de regreso a través del bosque. El niño quería soltarse del agarre, pero sabía mejor que tentar a su suerte. Apreció las altas rejas que daban entrada al lugar en el que vivía, rodeado de los robustos y musculosos hombres que protegían el perímetro con su propia vida. Sin titubear abrieron las puertas para que entrasen, y no dudaron en mirar con simpatía al pequeño de rizado cabello azabache. 

Teniéndolo colgado de la camiseta, entraron a la inmensa mansión rústica en silencio. La gran sala estaba invadida de todos los miembros del clan, y por el rabillo del ojo miró a su madre en una esquina con su hermana menor. La menor no dijo palabra alguna al verlo en esa posición estando al lado de Andréi, su primo hermano. Él, al igual que su hermana, se encontraba demasiado asustado como para comentar. Por el otro lado, los ojos cafés de su madrastra brillaron llenos de miedo, dispuesta a protestar. Los tres querían mirar el reloj de la pared, pero era cubierto por los demás hombres con el propósito de no revelar ningún detalle hasta que ambos estuviesen listos.

Pasando Límites ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora