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Lo primero que hago es tomar a los dos vigilantes por el cuello de la camisa, estampándolos contra la pared

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Lo primero que hago es tomar a los dos vigilantes por el cuello de la camisa, estampándolos contra la pared. Ambos me miran con los ojos abiertos, pero no hacen comentario alguno. Lucen nerviosos, con miedo a lo que puedo hacer ahora que he perdido absolutamente cada uno de los papeles. Ya nada me importa en lo absoluto. Mucho menos quiero tener a dos maricones que no pueden atrapar a una puta chica sin la habilidad de defenderse.

Saco la pistola de mi bolsillo y escucho los pequeños suspiros ahogados de los menores. Sus padres no tardan en taparles los ojos por miedo a lo que puede suceder, pero no me importa dejarlos traumatizados. ¿Quién les manda a ellos a traer a niños al mundo cuando está lleno de maldades? Los vigilantes me observan temblando cuando disparo en medio de ellos. Ambos se sobresaltan y sus cuerpos tiemblan como los putos imbéciles que son.

—¿Por qué carajos abrieron las rejas? —espeto en sus rostros.

—La emperatriz pidió salir.

Disparo a sus pies, a lo que da un respingo. No pienso herirlos porque son mis hombres, los necesito después para que continúen haciendo su trabajo. Pero las ganas de verlos asustados me las quito ahora mismo. Es más, estoy debatiéndome si quitarles los huevos o no. No los necesitan después de todo. No los tuvieron cuando tenían que hacer su trabajo.

—Las únicas órdenes que siguen aquí, son las mías —gruño —. ¿Les quedó claro, par de imbéciles?

—Sí, emperador —dicen al unísono —. No volverá a pasar.

Me muerdo la lengua, ya que no quiero hablar más por miedo a gritar de rabia. Los suelto a ambos y escucho como el clan respira con alivio al ver que no me he ensuciado las manos. Las ganas no me han faltado, pero recuerdo que mi madre está en la sala y no quiero hacerla pasar otro mal rato. De esos suficiente tiene con el hijo de puta de Dimitri. Inhalo hondo para girarme a ver a Andréi, quien luce igual de serio y no ha dejado de mirar a mi progenitor con sus ojos hechos dagas.

—¿Le pusiste el aparato rastreador a Blue? —es lo primero que digo.

—Sí, pero faltan horas para poder ubicarlo. No está funcionando porque la zona en la que ambos se encuentran no tiene servicio —responde.

—¿Dónde mierda se ha podido meter? —espeto —. Es Thalía de la que estamos hablando, por la puta madre. No debe de haberse ido muy lejos.

—No lo sé, pero estoy segura que en un lugar muy lejos de ti —me gruñe mi hermana con enojo. Le está brotando humo de las orejas y quisiera decirle que puede meterse sus reproches por el culo abierto que tiene, pero me contengo —. Porque, créeme hermano, hay un límite para cada tipo de mierda. Y la tuya, supera cada nivel.

—Aphrodite —le pide Justin.

—¡No! Quiero a mi mejor amiga ahora mismo —insiste mi hermana —. Ya mandamos grupos a su casa, y no hay rastro de ella por ningún lado. ¿Dónde está?

Pasando Límites ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora