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Ruedo los ojos antes de doblar el cuello del hombre que ya me estaba tocando los cojones con tanto llanto

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Ruedo los ojos antes de doblar el cuello del hombre que ya me estaba tocando los cojones con tanto llanto. El tío Vladimir hace una mueca y le ordeno a uno de los chicos que deshaga del cadáver en alguna parte del bosque. No tengo ganas de hacerlo yo mismo ahora mismo, estoy de tan malhumor y probablemente dejaría que los zorros se comiesen el cuerpo y no soy tan hijo de puta para hacer que los animales terminen enfermos.

—Uriah, ya llegó la nueva mercancía —me cuenta mi tío —. Necesitamos tu autorización para empezar a distribuirla.

—¿Andréi ya se aseguró que todo esté contado?

—¿Con quién crees que estás hablando, primo? —arqueo una ceja al escucharlo hablar detrás de mí.

El moreno me entrega una pequeña sonrisa que quisiera volar de un solo tiro, pero lo dejaré pasar solo porque su padre se encuentra delante de nosotros. Todavía no se me pasa lo que hizo a escondidas de mí.

—Con un imbécil —respondo —, por eso me aseguro.

—Todo está contado gramo por gramo —me guiña un ojo —. Justin estuvo hasta la madrugada asegurándose que todo estaba en su lugar.

—Ese es cabrón de mierda —me dice el pelirrojo. Recién me percato de que tiene una bolsa de hielo en la cabeza. Puta, qué dramático —. Me arde la nariz de tanto olor, santa madre. Yo no vuelvo a contar esa mierda.

—Cuando te la metes nunca te quejas —le recuerdo.

—Anda huele tú las cien toneladas de droga que llegaron entonces —gruñe —. Me pica la nariz.

—Ya te dije que estás bien —mi hermana sale de la cocina —. Deja de llorar como un bebé.

Justin está por hablar cuando la sala queda en silencio debido a que el jodido imbécil de Demyan entra siendo seguido de los demás hombres que están en su área y de Celinda, quien tiene cara de pocos amigos. Miro al rubio con las cejas alzadas y retengo las ganas de sonreír con sorna cuando en contra de su voluntad tiene que darme una pequeña reverencia por obligación.

Este cabrón nunca me ha caído bien, jamás lo ha hecho desde que aprendí que su familia siempre ha estado detrás de quitarle a la mía lo que es nuestro por jodido derecho. A pesar de que le he dicho al idiota de Dimitri que un día de estos le voy a volar la cabeza en un abrir y cerrar de ojos, no me permite hacerlo porque eso solamente me traería más problemas entre las personas del clan.

—¿Y? —pregunto brusco.

—La familia de ese tipo piensa que su hijo sufrió un ataque al corazón —me dice seco —. Costó una tonelada sobornar al forense.

—¿Salió de tu bolsillo? No, ¿cierto? No me vengas con esas mamadas —gruño.

Quiere responder, pero lo piensa mejor y decide quedarse callado. Aprecio la cicatriz en su ojo, la cual tiene desde que somos niños y que yo mismo se la hice en la primera oportunidad que mi padre me dejó tocarlo. Fue la única y última vez que me dio ese pequeño gusto.

Pasando Límites ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora