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Mis ojos se sienten pesados cuando al abrirlos realizo que me encuentro en una cama que no es la mía

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Mis ojos se sienten pesados cuando al abrirlos realizo que me encuentro en una cama que no es la mía. El pánico se apodera de mí al observar que la habitación a mi alrededor tampoco lo es. Las paredes de color azul marino me adentran a un mundo lleno de claustrofobia que provoca que el cuarto se cierre conmigo dentro.

Empiezo a sentir como los latidos de mi corazón laten con fuerza dentro de mi pecho, mi mirada clavándose en el reloj posado en la mesa de noche marrón. Todavía son las once de la noche, por lo que no he estado dormida durante mucho tiempo. Probablemente una hora o menos. Mi cabeza duele mientras trato de recordar lo último que hice antes de colapsar.

Dejo de saber cómo respirar cuando los recuerdos llegan a mi memoria, las palabras de quien solía ser mi mejor amigo llenan cada uno de los rincones de mi subconsciente. Puedo sentir mis manos sobre su pecho, sintiendo los latidos desesperados de su corazón que parecía latir incluso más rápido que el mío. Me llamó esperanza, y el pensamiento provoca que mi pecho se oprima y me pregunte si solamente está jugando conmigo una vez más.

Admiro la habitación a mi alrededor, aprecio que es demasiado simple a pesar de ser extremadamente grande. Las ventanas son inmensas, cubiertas por unas cortinas grises de una tela demasiado cara. La cama en la que me encuentro es igual de gigantesca, es capaz de aceptar a dos personas más. Las sábanas azules son suaves y cómodas, están perfectamente estiradas sobre el colchón. Delante de ella está una cómoda marrón de mármol en la que está posada un televisor.

En la pared derecha está un simple escritorio del mismo color marrón y en la esquina un espejo de cuerpo entero con dos fotografías colgando del borde. En la pared de la izquierda se encuentra un sofá al lado de la puerta que supongo dará la entrada al baño personal. La habitación es cuatro veces más grande que la mía, y la otra puerta que da inicio al armario es más grande que el cuarto de mis padres.

La puerta se abre y tengo solo segundos para volver a tumbarme. Cierro los ojos para pretender estar dormida. El familiar aroma del hombre de profundos ojos azules llena mi sentido del olfato, y tengo que aferrar los dedos de la mano derecha a la manta para evitar correr fuera del cuarto gracias a la adrenalina mezclada con el miedo que se apodera de mis venas. Siento sus pasos acercarse hacia mí, para luego tener su peso sobre la cama a mi lado.

Su mano se acerca a mi rostro para acariciar mi mejilla izquierda, en la cual traza vagos círculos con su dedo pulgar. Baja el dedo hasta mis labios, en los que se detiene varios segundos. Trato de respirar normal a pesar de que su tacto provoca llamas en mi piel. Contengo las ganas de querer acurrucarme contra él.

—Sé que estás despierta —murmura entonces, su voz grave y áspera.

Al abrir mis ojos me encuentro con los suyos, los cuales están demasiado cerca debido a tener su rostro acariciando el mío. Nuestras narices se rozan, y tengo las ganas de esconderme por miedo a todo lo que pueda hacer. Mi respiración y la suya se mezclan creando un perfecto ritmo lleno de calma a pesar de estar en un lugar desconocido para mí. Acaricia mi cabello con su mano derecha.

Pasando Límites ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora