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Aprecio mi cuerpo delante del espejo al alzarme mi camiseta

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Aprecio mi cuerpo delante del espejo al alzarme mi camiseta. Admiro la manera en que mis curvas parecen más anchas. Hay algo diferente en mi anatomía, pero no puedo poner mi dedo en ello. El cuello de mi prenda permite apreciar con ligereza el comienzo de mis pechos, los cuales están llenos de las marcas provocadas por sus labios. 

Puedo sentir cada una de sus manos recorrer mi cuerpo, la manera en que sus dientes mordieron espacios sensibles llenos de nervios. Sentirlo dentro de mí fue una sensación jamás experimentada, nada comparado a cualquier cosa que me haya imaginado. No creo ser capaz de dejar de pensar en él, en lo mucho que quiero que me haga suya múltiples veces más. 

Por más que me diga que no quiere tener niños, sé que tengo tiempo para hacerle cambiar de opinión ante ello. El solo imaginar hermosos pequeños hechos de nosotros provoca que los vellos en mi piel se ericen por completo. Es algo alocado pensar en eso cuando somos tan jóvenes, pero puede ser algo del futuro. Sonrío al saber que, en realidad, estamos progresando. Ese frío hombre de ojos azules está abriéndome las duras puertas de su interior poco a poco. Me muestra la oscuridad que esconde a ese tímido ser dentro de él.   

Encuentro un libro sobre la cómoda, y me pregunto de quién es cuando leo el nombre del tatuado hombre dentro de la cobertura. Posee una caligrafía envidiable, recta y perfecta. He conocido pocos hombres con la suerte de tener una escritura tan nítida.  

Descubro que el libro es en realidad un diario. Abro las páginas encontrándome con un caos inevitable dentro de ellas. Desde párrafos hasta magníficos bocetos, la forma en que el cuaderno representa todo lo que sucede en la mente del pelinegro me hace temblar. Mis ojos no pueden evitar detenerse en un dibujo en particular, uno de una mujer irreconocible para mí. No tenía idea de lo bien que él dibuja, en lo real que se ve. Como si fuese una fotografía pegada a la hoja. 

«Ariadne es el nombre de la mujer cuya sonrisa podía iluminar el día más sombrío. Era el nombre que compartía con aquel viejo personaje griego que le entregó el mágico hilo a Teseo para ayudarlo a escapar del laberinto. Para la mala suerte del propio Teseo en su vida, su hijo, el hilo se rompió. Él quedó atrapado dentro de la oscuridad, dentro de las sombras. Y nunca encontró la salida. Jamás encontró la luz.» 

Cierro el diario cuando me recuerdo que no debería estar leyendo algo demasiado íntimo para él. No cuando no lo ha compartido conmigo libremente. Puede que nunca lo haga, aunque espero que sí, pero estaré aquí para él para asegurarle que ese hilo no se rompió. Que he decidido entrar al laberinto en el que está perdido para ayudarlo, para hacerle encontrar la luz que tanto merece.  

Bajo las escaleras para prepararme un sándwich al tener tanta hambre. Recuerdo que dejé el desayuno a medio terminar. Me pregunto dónde se habrá metido Uriah cuando entra por la puerta, a lo que mis labios suben en una emocionada sonrisa. He de lucir como una tonta enamorada.

—¿A dónde saliste? —pregunto. Me acerco a él para rodearlo con mis brazos. Subo el rostro y me tengo que poner de puntillas para estar un poco más cerca. Le entrego una sonrisa  —. Me preocupé por un momento.

Pasando Límites ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora