II

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—¡Michel, de veras no entiendo cómo diablos no te has inventado algo para asistir a la dichosa barbacoa! —Le refunfuño mientras vamos en coche de camino a casa de Jorge y Aura María.

Ha pasado una semana, estoy cansada; he tenido unos turnos algo difíciles y lo que menos me apetece es asistir a esa fiesta, porque desde luego si es como la última vez que asistí es una total triunfada, ¿saben? Por supuesto estoy ironizando. Mierda, tienes que entenderme, ha tenido siete días con sus correspondientes ciento sesenta y ocho horas para inventarse cualquier excusa y el hombre no ha sido capaz. Creo que él sí quiere ir.

—Oh, vamos, Marcela —replica mientras conduce y notó que me mira fugazmente para luego volver la vista hacia la carretera —¡Lo pasaremos bien, cielo! Ya verás que sí...

Yo he notado que me ha mirado, pero estoy enfadada y no lo miro, lo ignoro y tengo mi vista puesta en la ventanilla del coche y voy observando el panorama. La verdad es que no miro nada en particular, sólo casas y más casas familiares.

—Marcela, cariño —insiste, y para llamarme la atención coloca su mano sobre mi muslo —, por favor, alegra esa cara. —Me pide.

Ahora sí consigue que lo mire.

—¿Alegra esa cara? Michel, estoy cansada, no las conozco ¡y no tengo ganas de hacer el papelón y pasarme medio día sonriendo! Ya lo hago durante mi trabajo, ¿lo entiendes? ¡Has tenido una semana, Michel! ¡Una semana!

—¿Cómo que no las conoces? ¡Eso no es verdad! —Mi marido tiene la habilidad de escuchar lo que quiere, ha dejado pasar el tema de que ha tenido una semana para cancelar la barbacoa —Conoces a Patricia, Beatriz, Sandra y, por supuesto, a Aura María —intenta convencerme —. Y hoy conocerás a las demás.

—¡Oh, sí! ¡Las conozco muchísimo, claro! A Patricia no me digas porqué; pero le caí pésimo. Sandra es una maniática de la limpieza tipo Jack Nicholson en la película «Mejor Imposible», y Beatriz... bueno, la tal Beatriz me cayó bien, es buena chica, pero demasiado intensa. Me saturó un poco, Michel, no voy a engañarte —le digo de mala gana y volviendo mi vista fija hacia la ventanilla.

Se produce un breve silencio entre nosotros. Creo que Michel ya no sabe qué decirme, se ha quedado sin argumentos y a mí ahora me sabe mal, me siento como una bruja antisocial. Quizás me he pasado y llevo tres cuartos de hora desde que hemos salido de casa echándoselo en cara. Giro mi cabeza para mirarlo.

—Perdona, perdona, cielo. No me hagas caso, estoy un poco chocante, debe ser por el calor. Seguro que al final lo paso bien. —Le digo para animarlo un poco. La verdad es que no me lo creo ni yo misma y seguro mis ojos así lo dicen, pero ya se los dije: él no es Beatriz y se lo cree.

—Gracias, Marcela. De verdad que es la última.

—Tranquilo. —Y me acerco a él para darle un rápido beso en los labios. Lo cierto es que en esos días lo amo mucho y me ha sabido mal comportarme como una caprichosa adolescente.

Por fin llegamos a casa de Jorge y Aura María. Por la cantidad de coches que veo aparcados enfrente de su casa, no somos los primeros en hacerlo, además de que nada más al salir del auto oigo gritos, conversaciones y uno que otro chapoteo... oh, mierda, chapoteo. ¡La piscina! Esto es lo peor, pues Michel está blanco como una pared y yo ni les cuento. Parecemos un par de pálidos bombones.

—¿Has tomado el vino? —Le pregunto justo antes de tocar el timbre, pues siempre hay que llevar alguna cosa.

—Sí, ¡sí lo llevo! —Me contesta sonriendo y mostrándome ese par de botellas. Ahora sí se le ve más contento.

—¡Benvenidos, muchachos! ¡Los estábamos esperando, pasen! —Nos dice mientras abre la puerta una sonriente y contenta muchacha la cual no tengo ni la menor idea de quién es, pero ella nos trata como si nos conociera de toda la vida.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora