XXXIII

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Pues bien, ¿qué puedo contar?

Llegué a Miami muy tarde... O muy temprano.

Quien me recibió en el aeropuerto fue Alessandra. Habíamos planeado con días de anticipación la estadía de ella en la casa de Michel y mía. Sí, aún es de ambos. No pretendo sencillamente ir y arrebatarle algo que tambien a él le ha costado mucho. No puedo ser una maldita interesada e insensible. No después de echarle a perder todas las cosas que alguna vez fueron reales entre nosotros.

Le había platicado todo a Alessandra. Claro, menos la parte de los encuentros sexuales e íntimos que manteníamos Beatriz y yo. Aunque, bueno, me hizo soltar la sopa de varios datos sexuales que quizás si Beatriz se entera que le conté a Alessandra, se le olvide que estoy cargando un bebé y opte por estrangularme.

Pero, bueno, es que a veces lo boca floja no se me quita y más si es para presumir a Beatriz y sus dotes sexuales. O el hecho que le gusta hacerlo en diferentes espacios de la casa, o que le encanta que le meta mano en público.

Mi chica es un sucia juguetona y me tiene. Me doma y me tiene como le gusta.

—¿Crees que debamos comprar una piñata? Amo las piñatas, pero Paula luego se enfada cuando dejo mi desastre después de romper la piñata. Ah, pero no le molesta cuando le rompo otra cosa y todo está en el piso. —La latina me contaba un poco indignada su situación mientras comía unas uvas verdes que ella misma se había encargado comprar en el supermercado, cuando fue a hacer las compras de la semana por mí. Me recargué en la barra de la cocina, imitándola. La miré y sonreí ampliamente. Sí que extrañaba sus locuras.

Comencé a tomar el vaso con agua que tenía en una de mis manos. —Por cierto —dejó su atención de las uvas para observarme seriamente —, ¿ya estás lista para decirle a Michel? Ya empezaste a estar gorda —literal casi me atraganto con el agua que estaba tomando —. Y creo que él sospechará, a menos que digas que tienes problemas para ir al baño y estás inflamada. Aunque después podrías decirle qué tienes.

—No, no. Le diré la verdad, Alessandra. —Interrumpí a mi amiga mientras con un trapo amarillo limpiaba la poca agua que había derramado.

Mi amiga sonrió como si le hubiese dicho dónde se encontraba el caldero con el oro imaginario que decían que había al final de cada arcoíris.

—Wow... Bien, perfecto, Marce. Ya has aprendido de los caminos de nuestro señor Jesucristo. —Aplaudió delicadamente.

Reí por sus ocurrencias. —Vaya, creo que el ser "Tortillera" no aplica en los caminos de nuestro señor Tommaso Cavalieri.

Se encogió de hombros y comenzó a asaltar por toda mi la alacena.

—Pero ya lo hablé con Beatriz. Es lo que debo hacer y esta vez no quiero fallarle a nadie. Debo enfrentar las cosas como son y no acobardarme. Eso era lo que siempre hacía que arruinara las cosas con todos. Y mis inseguridades.

—Estoy orgullosa de ti. Si Paula te escuchara en este momento, no se la creería —mientras la seguía con la mirada, veía cómo ella se levantaba de puntitas para alcanzar hasta al fondo de la alacena. Finalmente sonrió cuando consiguió tomar el objeto —. Pido ser la madrina buena. Cuando tú y Beatriz no puedan cuidar a su bebé, con gusto podría ayudar. Sabes que me gustan los bebes.

Negué sonriendo. —Paula se volverá loca teniendo a un niño en casa.

—Pues que se salga. Quiero a mi ahijado o ahijada. Si pude meter a un gato a la casa, puedo meter lo que sea...

—No creo que sea lo mismo.

El día con Alessandra pasó volando. Volví a instalarme nuevamente en la casa. La señora de la limpieza que había contratado había dejado todo impecable. No había mucho que hacer de limpieza, así que con ayuda de Alessandra me puse en contacto con la aerolínea para la cual trabajaba. También me comuniqué con Oliver. Le mantuve al tanto de mi situación, pues él también pregunto. No me molestó en absoluto, de hecho me hizo sentir mejor. No cabe duda que por mi altanería y prepotencia nunca iba a lograr nada.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora