XII

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Casi es la hora de ir a buscar a Beatriz, pero yo me encuentro en casa de Paula y Alessandra inspeccionando antes el terreno.

¿Por qué? Porque no me fío un pelo de Paula. No quiero correr el riesgo de llevar a Beatriz y que lo primero que veamos en el comedor, sea un tanga encima de una silla o un sujetador en el mueble bar. No quiero que Betty se me espante.

Lo siento, pueden llamarme desconfiada si quieren, pero conozco demasiado a Paula. He compartido piso con ella durante un año mientras me sacaba el título de auxiliar de vuelo y les aseguro que he visto de todo. No voy a entrar en detalles, no quiero herir sensibilidades. Pero el caso es que me tengo que tragar mis palabras con patatas porque el departamento está impecable.

Creo que Alessandra está por fin "educando" a Paula.

Ya que estoy allí, aprovecho y cambio las sábanas de la cama por otras limpias. Mi intención de verdad que no es acostarme con Beatriz nada más llegar... bueno, no sé, quizás ocurra. No quiero planear nada. Yo lo hago sólo por si acaso, ¿de acuerdo? Una es ante todo previsora, pero yo lo que quiero es hablar con Beatriz, conocerla, saber qué pasa entre nosotras. Han estado pasando cosas muy fuertes y muy deprisa y yo no tengo nada claro.

Son casi las cinco de la tarde, así que voy a buscarla. Estoy nerviosa por verla, aún no puedo evitar esa sensación, y para relajarme, pongo un poco el radio a ver si con suerte sale alguna canción nueva que me llegue a gustar y de paso maltratar un rato la garganta para quitarme el estrés. Menudas mierdas en la radio he ido escuchando en lo que va del tiempo en que lo puse. Qué malos gustos tienen los pubertos de ahora, salvo una de cada 20. Es entendible, vaya, hasta el MTV de ahora no se compara con el de hace diez años. Entre tantos gestos que he hecho con cada reproducción, he llegado hasta delante de su casa. Toco el claxon para que salga, así quedamos por mensaje ella y yo esta mañana.

Dios mío, me siento como un adolescente que va a buscar a su novia. Puedo recordar perfectamente cómo en el instituto el capitán del equipo de fútbol venía a buscame en coche cada viernes por la noche para ir a enrollarnos por ahí, sólo que ahora soy yo ese capitán y ella soy yo.

Somos dos mujeres.

Aún me resulta un tanto extraño, no voy a negarlo. Me he besado con ella, nos hemos acostado dos veces, pero aún me resulta extraño. Somos dos chicas. Somos dos chicas.

La veo salir de su casa y dirigirse hacia mí con paso firme, ligero y una maravillosa sonrisa. Siempre sonríe. Me enamora tanto que haga eso.

Entra, cierra la puerta y me mira.

—Hola. —Me saluda.

—Hola, Beatriz. —Le respondo mirando esos hermosos ojos color chocolate que tienen esa chispa que nadie más tiene.

No sé de dónde saco la entereza para no hacerlo, pero deseo besarla, deseo darle un beso en los labios de bienvenida, aunque soy consciente dónde me encuentro: estoy en un coche a la vista de todos, estoy delante de su casa, en su barrio, así que no lo hago. Me reprimo y me limito a poner primera marcha y arrancar el coche en camino hacia el apartamento de mis amigas.

Llevo pocos metros conduciendo y noto cómo ella coloca su mano sobre mi muslo, aprisiona su mano sobre él para que yo note bien el contacto. Creo que sabe que ese gesto nadie puede verlo y es cierto, nadie puede.

—¿Estás bien, Marcela? —Me pregunta sin dejar de mirar al frente.

Intuye que anoche me quedé un tanto "tocada" por el tema de su embarazo. Más bien por el hecho de cómo lo explicó Armatonto. Realmente esa suposición es un pleno sí, pero tampoco quiero que se sienta mal.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora