XXII

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Qué facil es acostumbrarse a lo bueno, ¿verdad? En cinco días me acostumbré a tener cerca a mi Beatriz, en cinco días me acostumbré a dormirme entre sus brazos y despertarme junto a ella. Me acostumbré al olor de su piel, al sabor de sus besos, al sonido de su risa, a comer y cenar con ella, a vivir la vida como si estuviera al cien por cien con mi chica.

Beatriz ha sido todo mi mundo durante estos cinco días, pero hoy volvemos a Miami, el avión sale a medio día.

¿Y ahora qué, entonces? ¿Tengo que exiliarme de ella? ¿Tengo que salir de su mundo? ¿Tengo que emigrar?

Pienso que en estos días Beatriz ha visto la mejor versión de mí o quizás sencillamente es que la saca. Saca lo mejor que tengo dentro, me hace muy feliz estar a su lado y yo respondo a ello sin tan siquiera darme cuenta.

Seguimos en el hotel, estamos al filo de las siete de la mañana y justo nos fuimos a dormir a eso de las cinco de la mañana cuando junto a Hugo y Rolando dimos por finalizada la noche de fiesta, que he de reconocer que no fue tan mal al final. El caso es que yo no he dormido más de un par de horas, pero es que no puedo dormir, no puedo conciliar el sueño porque me acecha la nostalgia de perderla, ¡es un hecho!

Sentada y desde una butaca que hay en nuestra habitación, la observo cómo duerme relajada en la cama y no puedo evitar sentir cómo me atrapa la melancolía al saber que mañana no amaneceré junto a mi amada, que no veré su perezoso despertar, que no me la voy a desayunar a besos.

Dios mío, han sido cinco días maravillosos, han sido cinco días que quizás ahora vaya a pagar con intereses ante su ausencia.

—Buenos dias, Marcela —balbucea de repente ella casi sin fuerzas. No he visto que se despertara, pues mantiene los ojos cerrados —. ¿No puedes dormir, mi amor? —Me pregunta con un hilo de voz.

Yo sigo sentada en esa butaca, tengo mis piernas encogidas y envueltas entre mis brazos.

—No mucho, la verdad. —Le contesto con sinceridad.

Anoche, bueno, rectifico: hace un par de horas cuando llegamos de fiesta, no hablamos ni una sola palabra del tema de su divorcio. Lo cierto es que no sé cómo afrontar esa conversación, no sé si quiero escuchar sus argumentos, así que no le di opción, ¿ok? entramos por la puerta y enseguida me abalancé sobre ella, o ella sobre mis labios, no lo recuerdo. El caso es que como siempre nos pasa, el deseo puede más que las palabras, pero las palabras tienen que llegar, tienen que hacerlo, tienen que hablar.

—¿Qué te pasa, amor? —Me pregunta ya con los ojos abiertos, pero sigue tumbada. Dios, ¡cómo me gustan sus ojos! Me encantan los ojos de Beatriz, me encantan cómo se expresan, cómo me miran, cómo me aman.

—Beatriz, ¿por qué quieres divorciarte? —Es lo primero que le suelto. He ido al grano, lo sé, quizás soy demasiado directa para ser las siete de la mañana, pero el tiempo apremia. Nos vamos a medio día, ¿recuerdan?

Ella esperaba la pregunta, por supuesto que sí.

Veo que se reincorpora de la cama, se sienta, se apoya en el cabecero y me mira a los ojos.

—Porque no soy feliz con él, Marcela. —Contesta rotundamente.

—¿Y crees que conmigo lo vas a ser, Beatriz? ¿Crees que a mi lado serás feliz? —Le cuestiono rápidamente.

Ella me sonríe, creo que también esperaba esa respuesta por mi parte. Creo que a veces soy muy predecible.

—Eso depende de ti, ¿no te parece? —Me contesta con los ojos entrecerrados.

Por un momento ambas nos quedamos en silencio. Acaba de formularme una pregunta directa y concisa, pero yo me niego a contestarla, me niego, porque simplemente aunque yo la ame con locura no significa que pudiera hacerla feliz, que pudiera estar a su altura, que pudiera corresponderle como ella se merece.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora