XV

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Al final me ha costado más de la cuenta encontrar un taxi, y por ese motivo he llegado bastante tarde al hotel. Aunque lo cierto es que para mí el viaje de regreso ha pasado demasiado rápido.

¿Qué voy a decirle? ¿Qué diablos le digo? De verdad que no lo sé. Desde luego lo primero es disculparme con ella. Le hablé de una forma muy horrible.  ¡Debo disculparme antes que nada!

Entro por el hall y echo una mirada de hielo a la recepcionista. No me gusta, no me gusta esa fulana desde el primer momento y no voy a regalarle una amable sonrisa de las mías, de esas que les ofrezco cada día a mis pasajeros. Sólo faltaba eso y más con el humor que llevo. No estoy para tonterías porque posiblemente he arruinado las cosas con Beatriz.

Subo a la habitación y respiro hondo antes de abrir con mi tarjeta, pues me he dado cuenta que la mano me tiembla al sostenerla. Siempre que estoy nerviosa procuro inhalar y exhalar profundamente. El oxígeno me calma un poco la ansiedad, me sacude levemente los nervios.

—Beatriz. —La llamo con la puerta aún abierta, pero no oigo respuesta por su parte, sólo escucho mi voz retumbando en las paredes. Está claro que ella no se encuentra en esa habitación.

Bajo de nuevo al hall. Quizás está en la terraza tomando aire fresco. No tengo ni idea, así que voy a ver. Cuando paso nuevamente cerca de la recepcionista, ésta me habla.

—Disculpe, señorita.

No dejo que termine ni de llamame por mi nombre. Me cae tan mal que me fastidia hasta el timbre de voz que tiene. Levanto mi mirada y la miro alzando las cejas tipo "dime".

—Si está buscando a su amiga le informo que se encuentra en el bar det hotel, por allí. —Me señala la estúpida esa por dónde he de ir. He notado claramente el tono que ha usado para decir "amiga". Estas son las cosas por las que no soporto que sepan que estoy con ella, que "estoy" con Beatriz. Ojalá no me afectara, pero aún no puedo evitarlo o quizás simplemente estoy paranoica y no existe ningún tono de nada, no lo sé.

En todo caso un escueto y frío "gracias" es lo que le respondo, acompañado de una sonrisa forzosa y sobre todo falsa.

Ya la veo. Efectivamente, está sentada sobre un taburete en la barra del bar, y aún estando ella de espaldas, creo adivinar que está tomando una copa con alcohol. Que Beatriz beba a las cinco de la tarde es un signo inequívoco de que no está bien anímicamente. Es un signo inequívoco de que la he fastidiado más de lo que yo creía.

Pero eso no es lo que más me ha preocupado al verla. Lo que realmente más me ha preocupado al verla y que ha provocado que mi corazón se ahogara en mi pecho, es que a sus pies tiene su maleta totalmente preparada.

¿Quiere irse? Mierda, ¿quiere irse ya? ¡Nos quedaba una noche!

No sé cómo mis piernas arrancan y caminan; de verdad se los digo porque hacía tiempo que no me sucedía. Creo que la última vez que me temblaron así, fue cuando me casé con Michel, cuando entré por aquella iglesia de Miami.

Me coloco a su lado. Ella no me mira, está concentrada en su licor, pero sé que me ha sentido, sé que sabe que estoy a su lado, que soy yo.

—Beatriz. Beatriz, perdóname. No quise hablarte de esa foma tan horrible. Soy una estúpida. —Es lo primero que titubeo y soy consciente que me va a costar mucho obtener su perdón porque la veo realmente molesta y dolida. Sé que tendré que repetirlo varias veces.

Error. De nuevo me equivocaba.

Para mi amargo asombro, ella levanta rápido su cabeza nada más me ha oído y clava sus ojos en los míos. Dios mío, lo que me intimida cuando me mira según su estado de ánimo, aunque ella quizá nunca se haya dado cuenta.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora