XVIII

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Hacía tantas noches que por una cosa o por otra no dormía de manera tan profunda, que tengo la impresión que he dormido cien años seguidos.

Al despertarme en esa habitación de Los Ángeles, mis miedos siguen intactos. No han desaparecido, por supuesto que no. Por lo menos no tengo la sensación de que la cabeza me vaya a estallar de un momento a otro. He descansado y lo noto. Estoy mas despejada, mas serena, más calmada.

Paula ya no está junto a mí, de hecho no se encuentra ni en la habitación, así que decido levantarme y cambiarme de ropa porque deduzco que se encuentra abajo, desayunando.

—Buenos días, Valencia —me dice con una sonrisa al verme —. ¡Te he traído el desayuno de campeones!

—Hola, buenos días. —Respondo algo sorprendida al salir del baño ya uniformada. No me la esperaba a decir verdad. No pensé que subiera de nuevo.

—¡Toma! ¡Toma fuerzas que el avión sale ya! —Me contesta a la vez que me ofrece ese rico café doble y ese... ese... ¿Ese bollo?

La jodida podía elegir un donut, podía elegir una magdalena, un croissant o incluso un bocadillo de atún con queso o qué sé yo. No; eligió un bollo para desayunar.

—Es un bollo con mermelada de fresa, Marcela. —Me aclara irónica al verme la cara. Sí, creo que lo ha hecho a propósito, sí. Creo que la Paula de siempre ha vuelto: la sarcástica, la ácida.

—Gracias. —Respondo yo restándole importancia.

Yo lo devoro. Lo cierto es que estoy hambrienta. Sé que últimamente no me alimento muy bien.

—¿Está bueno el bollo, Marcela? —Cuestiona con la ceja levantada. A punto está de escapárseme una risilla por debajo de la nariz. Qué irónica es la maldita. Pero me contengo, no quiero darle cancha porque si lo hago, preveo que estará así todo el vuelo de regreso.

—Muy bueno, Paula. Gracias. —Le contesto ahora como si nada.

Ella espera paciente a que yo me lo desayune y de reojo puedo ver cómo me mira divertida cuando me estoy chupando mis propios dedos para quitarme el azúcar que me ha quedado impregnada en ellos.

—¿Qué estás mirando? —Le pregunto yo sin mirarla, claro.

—¿Yo? Nada, Marcela. A que termines de —carraspea — ... de chuparte... los dedos. —Me aclara "inocentemente".

—Pues ya he terminado, así que vámonos. Mueve tu trasero. —Le respondo tomando mi pequeña maleta con ruedas, cortesía de la compañía American Airlines.

Las dos vamos hacia el ascensor con nuestras maletas de azafata. Entramos, oprimimos el botón correspondiente y en silencio esperamos a que baje. Al salir de él y al estar a punto de salir del hotel para tomar el taxi, me detiene.

—Marcela, oye, espera. Quiero pedirte algo. —Me dice muy seria.

—Claro, dime. ¿Qué pasa? —Le pregunto enseguida, pues no sé a qué viene esa cara.

—Quiero conocerla. —Apunta y ambas sabemos de quién habla, pero aun así quiero asegurarme.

—¿A Beatriz?

—No, Marcela, a Stimpy. ¿Está casado? ¿O en realidad es novio de Ren? —Me contesta con poca gracia.

—¡Paula! —Le recrimino. Se está riendo en toda mi cara.

—¡A Beatriz! Obviamente.

—¿Pero conocerla? ¿Cómo? Ella no... no sabe que ustedes lo saben y... —Me corta.

—¿Tu cumpleaños está cerca, verdad?

—¿Mi cumpleaños? Sí, sí. Aunque aún falta un poco, es a finales de junio, pero no entiendo qué... —Me corta de nuevo.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora