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—Deberías irte... —Me invita Beatriz, mientras me acaricia el cabello cariñosamente.

Sigo en su casa esa mañana del lunes, en ese maravilloso sofá. Acabamos de hacerlo por segunda vez, no hace más de diez minutos. Me encuentro tumbada sobre ella, mi cabeza está sobre su pecho, oyendo perfectamente los latidos de su corazón.

—No quiero. —Le respondo levantando mi cabeza levemente para mirar a sus ojos.

Ella me regala una sonrisa como respuesta.

—Vendrá alguien.

—¿Quién? —Indago.

—Una alumna a la que le doy clases. Viene ahora a las 12 porque me ha pedido ayuda, y son las 11:30. Tienes que marcharte, Marcela.

Yo no quiero irme, quiero seguir escuchando cada latido de Beatriz, quiero seguir sintiendo el calor de su piel con mi cabeza sobre su pecho, pero sé que tiene razón, sé que tengo que marcharme. No quiero ponerla en un aprieto.

Todavía no hemos hablado de nada, ¿saben? Ese lunes actuamos sin ponernos a pensar en lo que habíamos hecho y en lo que implicaba. Lo peor de todo es que fue ese lunes y unos cuantos días mas. Quizás no queríamos aceptar la realidad, quizás estábamos sumergidas en lo que vivíamos, o no queríamos que la burbuja se reventara.

No, no lo sé.

Pero eso trae consecuencias si no gestionas bien los trámites. La factura se paga más caro y puede que incluso con más intereses de lo que esperabas.

En silencio me levanto del sofa y busco mi ropa que está toda tirada por el suelo. Voy poniéndome mi blusa sin dejar de observarla en ningún momento. Seguimos en silencio mientras las dos nos vestimos. Ya me he abrochado el pantalón, así que estoy lista para irme.

Es extraño el momento. No sé cómo despedirme, no sé qué decirle. Hace diez minutos la tenía debajo de mis brazos como si ella fuera mía, y ahora Beatriz me resulta una extraña a la cual no sé cómo enfrentarme.

—Bueno... —Arranco tímidamente, sin saber qué hacer con mis manos.

Ella me sonríe también con timidez. Creo que tampoco sabe cómo actuar del todo, la noto un poco nerviosa.

Me acompaña hasta a la puerta de salida, y cuando estoy a punto de salir por ella, me giro y la miro a los ojos. Ella tiene los brazos medio cruzados porque creo que sigue nerviosa.

—Beatriz, ¿puedo verte mañana? —Le propongo así de directa. No he salido de su casa y siento que ya la echo de menos. Creo que estoy hechizada.

La veo pensativa. Me preocupo.

—Mañana no puedo, Marcela.

Yo tengo en la punta de la lengua el preguntarle "¿Por qué?", pero no me hace falta porque ella me lo aclara. Bueno, a medias.

—Mañana Armando se ha tomado el día libre porque, bueno, vamos a ir a... Tenemos una cita. —Concluye. No quiere darme explicaciones y está en todo su derecho.

—Ah, bien, entiendo. —Le digo. En el fondo me he quedado con muchas ganas de saber dónde van, pero no se lo pregunto. No puedo negar que esa respuesta me entristece. Por unos segundos me ha invadido la sensación de que ella no tiene tantas ganas de mí como yo de ella, pero, por suerte, me equivoco.

—El miércoles... estaría bien. —Oigo salir de sus labios.

—¿Qué?

—Si quieres nos vemos el miercoles, Marcela. —Propone aún con los brazos cruzados.

¡Yo y mi mala suerte!

—El miercoles no puedo, Beatriz. Trabajo. —Le hago
una señal con mi mano, simulando un despegue aéreo.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora