IX

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Es domingo veinticinco de abril de 1999 y siento que es divina la primavera. Ella me hace sentir que es primavera. Ella es mi primavera.

Antes de ayer, sábado, la besé en mi propia casa y desde entonces no puedo quitarme esa sensación de mis labios. Me he descubierto a mí misma un par de veces embelesada con los dedos en mi boca, intentando recordar o captar el sabor de sus besos.

Dios mío, ¿qué me pasa? Sólo fue un leve roce; sólo fue un pequeño contacto. Pero no puedo quitármelo de la cabeza.

¿Estoy enamorada? Sí. Estoy muy, muy enamorada.

Hoy hace un mes desde que la vi por primera vez.

¿Saben lo que digo? ¡Un mes! ¡Un sólo mes! Es incomprensible lo que me ha pasado. Es brutal cómo el amor me ha golpeado.

Me he pasado todo el domingo preguntándome cómo se encontrará ella, cómo se sentirá.

¿Estará bien? ¿Estará mal? ¿Estará arrepentida? No lo sé. Sé que se marcho junto a su marido, Armando. Sé que tenía la cara desencajada al mismo tiempo que tenía los ojos brillantes de ilusión. Así que no lo sé.

Estoy perdida. Es un enigma que tengo que descubrir cuanto antes.

Para mí ayer fue un día un tanto duro, ¿saben? He tenido que levantarme con Michel, desayunar con Michel, comer y cenar con él mientras mi mente está en otro lugar y con otra persona. No es algo de buen gusto, pero no puedo evitarlo.

Ayer, domingo, es la primera vez que hice gala de mis dotes de actriz, las cuales ignoraba que poseía. Ayer, domingo, fue la primera vez. Y obviamente no sería la última.

Mi marido ya no está en casa. Se ha marchado hacia a la oficina, con lo cual entiendo que el de Beatriz tampoco está en la suya. Ya no puedo esperar más. Supongo que a estas alturas se han dado cuenta de que la paciencia, en lo que se refiere a mi vida privada, no es una de mis virtudes. Así que es lunes, son las siete y media de la mañana, y le escribo un mensaje de SMS.

"Beatriz, ¿estás bien?"

Así de escueto y de directo, he querido saber si ella está bien. Es lo unico que me importa en estos momentos.

Me muerdo las uñas ante la espera de una respuesta. Estoy sentada con una taza doble de café en la mano, tengo el teléfono sobre la mesa de la cocina y no puedo dejar de mirar la jodida pantalla. Se ilumina enseguida.

"Estoy asustada"

Ambigua respuesta, ¿verdad?

No sé como interpretar esto. No tengo ni la más remota idea de cómo interpretar lo que mis ojos acaban de leer.

¿Está asustada por lo que siente? ¿Está asustada por si Armando se entera? ¿Está asustada de qué?

Pero... ¿y yo? ¿Acaso no lo estoy? La respuesta, viéndolo desde la perspectiva de mi actual pesente, es que no era consciente de lo que estaba haciendo. No me puse a pensar en todo lo que implicaba enamorarme de la mujer de otro.

Pero en ese presente, en esos días de abril, quiero verla. Necesito verla a lo mismo que necesito respirar. El miércoles tengo vuelo, y creo que si no la veo, si no hablamos antes de que yo me incorpore al trabajo, me volveré loca. Estaré histérica, de mal humor. Además, quiero verla.

¡Lo necesito ya!

"Quiero verte, Beatriz. ¿Podemos vernos? Tenemos que hablar"

Lo sé, voy directa al grano, sí. Pero ella no me contesta. Han pasado dos eternos minutos desde que he enviado este último mensaje y no recibo respuesta. Miro fijamente el celular.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora