XXXII

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La tomé por detrás de su nuca, la apreté suavemente hacia mi boca porque no iba a dejarla escapar. No iba a dejarla hablar, murmurar, ni tan siquiera respirar. Sólo quería besarla sin parar. Tenía tanta necesidad vital de sus labios que ni yo misma me lo creía.

La ropa empezó a sobrar por un intenso calor que se apoderó de nosotras dos. Con ansiedad mis manos reclamaban el tacto de su piel, así que no me lo pensé dos veces y mientras seguí enganchada a su boca, levantė sus brazos para comenzar a subir su blusa mientras que ella con algo de torpeza me desabrochaba la camisa a
toda prisa.

Ambas íbamos aceleradas, mucho. Lo mismo que si se acabara el mundo ese día, como si no pudiéramos hacerlo nunca más, como si fuera la última oportunidad.

En un arranque la atrapé entre mis brazos, ella enredó sus perfectas piernas sobre mi cintura, mientras sus brazos atraparon mi cuello y nuca. En cuatro pasos me la llevé hacia el sofá, la tumbé a lo largo de él y yo a lo largo de ella y me frené por un instante al verla.

Qué bonita es.

—Ni te imaginas lo que he llegado a quererte —me confesé sin dejar de mirar esos ojos color café —. Siento tanto todo lo que ha pasado, no haber sido valiente en mi momento. No volverá a ocurrir, Betty. Te juro que eso no volverá a ocurrir. No voy a perderte ni voy a dejarte escapar. —Sentencié con una sonrisa.

Ella posó su dedo índice sobre mi boca y se mordió el labio inferior.

Con ese gesto me ordenó que me callase. Me deseaba, Beatriz me deseaba más que nada.

—Bésame —me suplicó —. Bésame y calla —murmuró.

Y lo hago. Obedezco y la vuelvo a besar, rozo mis labios con sus labios, mi lengua se resbala con la suya, mi saliva y su saliva se entremezclan y enseguida noto cómo Beatriz toma el control de mi mano. La ha tomado con la suya y sin dejar de besarme me guía hasta donde ella quiere que vaya.

Desea que la toque, que la acaricie, que la estimule, quiere que termine con esa tortura a la que esta sometida.

Beatriz está incandescente, su piel son brasas calientes. Las yemas de mis dedos se queman al tocarla, pero mis dedos se abren paso por debajo de su pantalón después de desabrocharlo. Voy a buscar lo que quiero, voy a ir por lo que más deseo.

Me lo está poniendo fácil, está muy húmeda. Mis dedos se manejan solos ahí dentro, se resbalan sin que yo casi haga ningún esfuerzo.

Inhalo fuertemente y contengo la respiración.

"Dios, cuánto he echado de menos su cuerpo"

—Te quiero... Te quiero, Beatriz, y te deseo, mi vida. —Le suspiro entre jadeos. Casi no puedo ni hablar, me cuesta respirar. Estoy tremendamente agitada y el corazón late sin parar.

Me esá poniendo a cien y ni tan siquiera me ha tocado. Pero, el sentirla tan mojada, el verla tan excitada, provoca que enloquezca. Sé que estoy igual que ella o peor aún. Estoy muy excitada, pero quiero que ella termine. Quiero que sienta tanto placer que no quiera separarse jamás de mí en su vida, quiero que vea las estrellas, que toque el cielo con sus manos, que oiga campanas, que sienta magia, que crea que es primavera. ¡Que el salón se ilumine de fuegos artificiales y todas esas mierdas cursis! ¡Eso quiero!

Y la toco sin cesar, la acaricio con ritmo y suavidad. Mis dedos resbalan por todos sus pliegues y terminan chocando con su pequeño botón.

La observo jadear, respirar y murmurar. Observo esos pequeños pechos que se han salido de su lugar. Sus pezones duros me producen lubricarlos con la lengua y jalonearlos delicadamente con los dientes.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora