XVII

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Han pasado tres eternos días. Tres días duros, durísimos.

Finalmente Beatriz no me llamó ni yo lo hice. Despues de todo lo que pasó en su coche, de todo lo que me dijo, creo que Beatriz necesita tiempo. Qué idiota soy. Quizás ella piensa lo contrario, quizás piensa que la que necesita tiempo soy yo, que soy yo la que tengo que aclarar las ideas, la que tiene que tomar una decisión, no lo sé. No sé qué pensar, la verdad.

El caso es que después de días infernales con comeduras de olla incluida, ya es jueves y tengo vuelo hacia Los Ángeles para mañana viernes regresar de nuevo a Miami.

Me encuentro a solas en el vestuario de la compañía, con mi taquilla abierta, acabando de preparame como hago siempre y algo me confunde: una voz que reconozco, pero que no me nombra como suele hacerlo.

—Buenos días, Doinel. —Se oye sin muchas ganas.

—¿Paula?

"¿Qué diablos hace ella aquí?", pienso nada más al verla y colocarse a mi lado para abrir su taquilla.

—¿Qué haces tú aquí? He mirado el cuadro y no estabas en la ruta. —Hablo sin decirle ni "buenos días" ni "por ahí te pudras".

—¿Qué pasa? ¿No te gusta que vuele contigo, Doinel? —Me responde con cierta ironía y sin mirarme a la cara. Está totalmente sumergida en su taquilla.

—¡No es eso! Es sólo que no te esperaba. —Le respondo un poco cortante.

—Bueno, verás, Doinel; pues es que me he cambiado el vuelo con Halsey. ¡Ah, no, espera! Que Halsey no trabaja con nosotras. Lo he hecho con Leigh. Ah no, ¡tampoco! Ha sido con Verónica. ¿O quizás con Alessia? —Actúa haciéndose la despistada.

Veo claramente por dónde va: está molesta porque no la llamé. Está enojada como una mona porque la he estado evitando, pero no pienso dejar que me toree, que me amargue el viaje o que me dé lecciones de lo que sea, lo tengo clarísimo. Es mi vida privada y punto.

—¡Está bien, Paula! Déjalo, ¿quieres? —Le respondo acompañado con un gran portazo de taquilla mientras camino hacia el espejo para terminar de retocarme.

—¿Qué te pasa, Doinel? ¿No te gusta lo que oyes? —Me dice nada más le doy la espalda.

Yo me giro ya bastante enojada. Ya estoy harta y, además, ¿por qué me llama Doinel?

—¿Por qué demonios me llamas Doinel? —Le pregunto encarando a la morena. La tengo a dos centímetros de mi cara. Es que no entiendo nada.

Veo que sonríe. La jodida esperaba esa pregunta.

—Para que no te olvides de quién eres, Marcela. —Me contesta rotundamente y sin ningún temor a mi mirada.

Por un momento me ha dejado sin contestación, pero soy bastante rápida de mente.

—No me olvido de quién soy, Paula. Te queda claro. —Le contesto entre dientes.

Pero si yo soy rápida, Paula es el doble de rápida.

—¿Ah no, Marcela? ¿No te olvidas? ¡Pues yo creo que sí! Yo creo que te has olvidado de que estás casada. Te has olvidado completamente de lo que ese compromiso significa. El hombre hueco no es santo de mi devoción, pero lo que estás haciendo con él no está bien. —Me recrimina.

—¡No le llames así! ¡Que lo respetes, maldita sea! —Le grito fuera de mis casillas.

Paula no da crédito a lo que oye. Creo que en el fondo yo tampoco.

Abre la boca impactada por mis palabras, abre los ojos como platos. —¿Pero tú te oyes, Marcela? —Me pregunta estupefacta señalándome con sus manos —¡Alucino contigo! ¿Que yo lo respete? ¡Eres tú que no le respetas! Dios mío, si él tiene unos cuernos que no entraría ni por el Arco del Triunfo. ¿Es que no te arrepientes de nada? ¡Te estás acostando con otra persona, Marcela! ¡Esa Beatriz te ha absorbido los sesos, o lo que sea que te esté absorbiendo! —Me grita sin contemplaciones.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora