VIII

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—¡Putas verduras de mierda! —Digo mientras preparo para Beatriz una receta de soufflé de calabacín, nueces y queso de cabra que he descubierto en internet después de tirarme dos horas delante de la pantalla. Buscaba la receta perfecta para ella y no cesé mi búsqueda hasta encontrarla.

Perdón que sea así de brusca en un primer instante, pero no pensé jamás que el mundo de las verduras fuera tan amplio y complejo. Yo que me limitaba a la berenjena, alcachofa y hojas de ensalada, he descubierto en esas dos horas un completo universo de hortalizas y frutas. ¿Qué digo universo? ¡Es una total galaxia! Y ya he sacado una conclusión: El vegetarianismo no es lo mío.

Pero no es para mí esa cena. Es para ella.

Es sábado por la tarde y estoy de los nervios porque llevo dos fallidas con el soufflé de porquería. Una vez que lo saco del horno, se me desinfla sin piedad. ¡Y no! ¡Tiene que ser perfecto!

"Tiene que ser perfecto". Me repito una y otra vez.

En el tercer intento por fin consigo mi meta, pero enseguida me doy cuenta de que el tiempo se me ha echado encima, que no me he arreglado, duchado, ni vestido, ni maquillado, ni peinado.

¡No sé qué diablos voy a ponerme!

Mernos mal que Michel me ha ayudado, pues él ya está vestido y está colocando la mesa para los invitados. Ahora que lo pienso, ese día no soy consciente de lo que estoy haciendo, o no lo soy todo porque ni siquiera he visto que lleva puesto él. No lo he mirado ni le he dicho "Qué guapo estás, cielo". Nada. Cero. Es como si me diera absolutamente igual, ¿entienden?

Mi única preocupación de esa noche era estar perfecta para ella. No sabía nada de Beatriz en días. Finalmente no la había llamado. Y la última vez que la había visto habíamos vivido un "momento" que aún no sabía cómo interpretar. Estaba asustada, pero expectante.

—¿No te has pasado un poco? —Me comenta Michel nada más al verme salir de la habitacion.

—¿Qué? ¿Voy mal? —Le pregunto mientras repaso lo que llevo puesto y lo vuelvo a mirar a él.

—Todo lo contrario, Marcela. Estás espectacular —sonríe —. No esperaba que te pusieras tan guapa para una cena, estás maravillosa.

Yo lo sabía. Sabía que me había puesto espectacular, porque sé pertectamente como "explotame".

Me he colocado un vestido ajustado. Me llega a la altura de medio muslo y es de color negro pizarra, con escote que le da palabra de honor. Sé que tengo los hombros al aire, pero mis hombros son una de las partes de mi cuerpo me gustan.

Ha sido intencionado, obviamente.

También me he secado el pelo a lo "natural", dándole un toque desenfadado. Lo mismo que mi maquillaje que es muy natural. Puede que Michel tenga razón. Puede que para una simple cena en mi casa me haya pasado un poco.

—Voy a pensar que te gusta Armando. —Bromea. Pero a mí, como pueden imaginar, esa broma no me hace ninguna gracia, pues en parte acierta. En parte. Todos sabemos aquí que no es en Armando en quien me he fijado.

No me da tempo a sentirme mal. Algo nos llama la atención. Han tocado el timbre de abajo, y Michel se
dirige para abrirles.

Me miro las manos y noto que me sudan.

"Vamos, Valencia, tranquilízate" Me animo.

Es curioso que yo misma me autodenomine como Valencia. Es como si empezara a olvidarme de que soy una Doinel.

Michel está en la entrada para recibirlos y yo estoy en el salón. Ya los oigo de fondo.

—Entren, por favor. —Les invita después de saludarles. Creo que a Armando le ha dado la mano y a ella un par de besos. Creo haberlo oído.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora