VI

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En New York hace un clima demasiado intenso. Está lloviendo mucho y la humedad es agobiante a más no poder, pero, bueno, una vez he llegado al hotel, del agua me he salvado.

He saludado a las chicas y chicos de recepción, pues siempre que voy a New York me alojo en ese hotel. Y de tantas veces que han sido, ellos ya son como una pequeña familia lejana para mí.

He ido a mi habitación, me he duchado y cenado. Ahora me dispongo a salir a la terraza para fumarme un cigarrillo y llamar a mi marido. No quiero ir a dormir muy tarde porque mañana viajo hacia Las Vegas, y madrugo bastante. Así que lo llamaré y me iré a dormir directamente.

Justo cuando voy a marcar, la pequeña pantalla se ilumina en señal de que alguien se ha adelantado y me está llamando. Pero es un teléfono que al parecer no tengo registrado porque no sé quién diablos es.

—¿Diga? —Contesto con cierto tono dudoso.

—¿Marcela? —Habla una voz femenina.

No les voy a decir que no la reconocí, que no supe quién era porque les mentiría en toda la cara. Reconocí su voz al instante, a la primera. Un sube y baja se apoderó de mi estómago sin contemplaciones.

—¿Beatriz? —Pregunté aún sabiendo que acertaría.

—Sí, soy yo. ¿Cómo lo sabes? —Dice enseguida, pues la tomé por sorpresa.

—Te he reconocido la voz.

—Ah, vaya.

Por unos segundos nos quedamos en silencio. La he dejado un tanto desconcertada. Yo soy quien rompe el silencio.

—¿Qué... qué es lo que quieres? —Lo cierto es que sonó fatal, demasiado duro, demasiado cortante. Algo así como: "Ve al grano, chica"

Y sé que sonó mal porque lo primero que hizo ella fue disculparse.

—Perdona. Perdón, Marcela, por llamarte. Quizás no es buen momento, yo...

¿Pero qué estoy haciendo? ¡Debo ser amable, por el amor de Dios!

—¡No, Beatriz! —la corto enseguida para rectificar mi reacción anterior —¡Sí lo es! Claro que es buen momento. Me has tomado por sorpresa, es todo. ¿Todo bien? —Le pregunto utilizando, ahora sí, un tono más cariñoso.

No puedo evitar ser cariñosa con ella... o ¿confundo cariño con coqueteo?

—Sí, todo bien, gracias. Es sólo que el otro día no quedamos en nada concreto para el sábado, ya sabes.

Yo sonrió como boba. Cuando ella dice "el otro día", no se da cuenta que eso fue apenas hace un día. Hoy es lunes, de noche. Sólo han pasado veinticuatro horas.

—¿Te refieres anoche? —Lo menciono con cierta picardía. Estoy jugando. Mal hecho.

Beatriz parece recordarlo y debe pensar que es estúpida. Noto que se pone nerviosa.

—¡Ah, sí, claro! Es verdad. Bueno, ¿pasas tú a buscarme o voy yo? —Ahora es ella quién quiere ir al grano.

Sé que les dije que no iría con ella de compras, que no quedaría el sábado con Beatriz, pero les mentí. Me mentí.

—Yo voy a buscarte. ¿Te va bien a las diez?

—Sí, perfecto. Así hay menos gente a esa hora —apunta —. Bueno, pues ya está. Eso quería aclarar. Buenas noches, Marcela —me dice con claras intenciones de colgarme.

—¡Beatriz! —La nombro sin pensar. No quiero colgar, quiero seguir con ella.

—¿Sí, dime?

—¿Cómo... cómo es que tienes mi número? —Indago. Es algo absurdo, lo sé, pero no deseo terminar la llamada. Me da igual si no llamo a mi marido a tiempo.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora