XXIX

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Eternos e infinitos segundos de espera en aquella puerta.

Sigo de pie en esa fría calle de Bogotá, a un pequeño paso de poder entrar en su casa. Acabo de soltarle a Beatriz que estoy embarazada. Me enteré ayer, el médico me llamó para informarme.

Mi embarazo es la razón de mis mareos y de mis vértigos, por eso me mareaba, por eso nada de alcohol ni tabaco. Es el motivo de mi rechazo por la comida, mis cambios de humor, quizás de mis lloriqueos porque estoy muy sensible, y por supuesto es la causa de mis vómitos repentinos. He adelgazado, es verdad.

Eso a veces pasa sólo en un principio, de acuerdo con el médico. No tengo el estómago plano, pero tampoco no he engordado ni un gramo. Aunque ya lo haré, me dijo. Si es que decido tenerlo, claro.

Esta misma mañana, mientras hablaba con Patricia, yo ya era consciente de ello. Yo ya lo sabía. Estoy embarazada de Michel, obviamente. Él aún no lo sabe, de hecho nadie lo sabe, ni siquiera Paula y Alessandra. Quedé embarazada la noche de mi cumpleaños.

Vaya estupidez y mala suerte. No usamos preservativo y yo hacía días que no me tomaba la píldora anticonceptiva.

Total, últimamente hacía el amor con Beatriz y no había riesgo de nada. Con lo furiosa que estaba aquella noche, ni caí en cuenta de ello.

¿Lo he asimilado? No sé cómo responder a ello.

¿Y Beatriz? ¿También? Eso menos lo sé.

Se ha quedado muerta. Puedo ver cómo le ha cambiado la cara, pero no sé interpretarla y no tengo ni idea de qué pasa por su cabeza. Lo que sí noto es que de repente me ve congelada.

Mierda, hace muchísimo frío y llevo un buen rato en la puerta. Tengo la nariz roja y la cara tersa.

Veo que sin decir nada se acerca hasta mí.

—Entra. —Me dice escueta.

—Gracias, cie... Beatriz. —Le respondo con timidez.

Enseguida noto el calor de la casa en mi rostro.

Estoy de pie sin saber dónde ponerme, ya saben, que nunca sé dónde diablos debo colocarme.

—Dame el abrigo, Marcela. —Me ordena estirando su brazo.

Yo me lo quito, se lo doy y compruebo cómo ella me escanea. Supongo que me ve más delgada y es que lo estoy, estoy embarazada y más delgada. Vaya ironía.

Cuelga mi chaqueta en un perchero y se toma unos segundos a espaldas de mí. Supongo que está pensando qué decir o asimilando que estoy en mitad de su salón.

Por fin se gira.

—Siéntate en el sofá, no te quedes ahí. —Me dice cuando se gira. Ella me conoce, sabe que yo siempre quedo sin saber dónde situarme en lugares nuevos.

Sin rechistar obedezco. Pongo mi trasero en un sofá tierno de tres plazas y veo cómo ella se sienta en un sillón de enfrente. Me mira. La miro. No decimos nada. Pasan unos segundos.

Mierda, ya lo veo.

Se le están poniendo los ojos vidriosos y
templados, se le están humedeciendo sus largas pestañas.

Va a llorar. Mierda, sí va a llorar. ¡No se aguanta mas!

—Beatriz, mi amor... —Pero ya no me da tiempo. Se ha tapado la cara con sus manos y un sonoro llanto ha invadido toda la sala.

Enseguida me levanto, me voy hacia ella, me agacho a su altura poniéndome de rodillas al suelo e intento con ternura quitarle las manos de su rostro.

—Beatriz, por favor... Betty, por tavor, no llores. —Le voy diciendo. Pero no da resultado. Tiene sus manos bien aferradas en su cara y no puedo despegarlas.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora