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Me levanté frustrada.

Me fui a la ducha, abrí el agua caliente y me metí debajo para ver si se me pasaba. Eran más de las once de la mañana de aquel lunes, y por lo tanto Michel ya no estaba en casa; hacía rato que se había marchado a trabajar, pues él tenía un horario fijo y coherente. No como el mío que a veces era una jodida locura.

Esa semana yo trabaja de lunes a viernes. Era conocedora que en mi tripulación coincidía con Alessandra y Paula. Era el único motivo que me hacía sonreír esa mañana, porque siempre que volaba con ellas me lo pasaba a lo grande. La ruta era de Miami a New York; de ahí nos íbamos a Las Vegas, y de Las Vegas a San Francisco para volvernos nuevamente a Miami.

Ya se imaginarán de qué va la historia: una noche duermo aquí, dos allá, otra más en otro lado y, por fin, en casa. Es un no parar, se los aseguro. Pero por más estresante y agobiante que parezca, a mí ese ritmo me gusta y encima me lo pagan bien. Muy bien he de confesar.

Acabo de ducharme, almuerzo algo ligero y echo mano de mi pequeña maleta ya preparada con las pocas cosas que me necesito, y me encamino ya hacia el aeropuerto.

Voy vestida de civil en la calle, con unos jeans claros y una camisa blanca, pues siempre me cambio en el trabajo. No quiero que se me arrugue el super traje que tengo para trabajar.

Durante el camino a la terminal, sentada en la puerta trasera de un taxi, repaso mentalmente lo vivido en la noche anterior con Beatriz. Es que todavía no puedo creerme que intentara coquetear con ella. Lo cierto es que prefiero no pensarlo demasiado porque encima me invade un sentimiento de vergüenza que me hace sentir peor. Pero el caso es que lo hice, y lo hice porque esa muchacha me gusta, me atrae, me llama la atención. Juro que no puedo quitarme la imagen de sus ojos castaños de mi cabeza.

Creo que estoy empezando a enamorarme de ella o quizás es una simple atracción. No lo sé. Yo lo único que deseo es dejar de verla en mi mente continuamente.

Estoy enfadada. Estoy aún muy enfadada conmigo, y lo peor es que no sé quién va a pagar mi frustración. Creo que todos los números los tiene Paula porque Alessandra es dulce.

Por fin llego a mi destino. Entro por unos pasillos después de enseñar mi acreditación a tres o cuatro agentes de seguridad, y por fin estoy en los vestuarios de mi compañía aérea. Para que se puedan dar una idea, son parecidos a los vestuarios que tiene cualquier gimnasio, pero algo más pequeño. Hay unas taquillas, un par de bancas, un par de duchas y poco más. Al entrar veo que hay algunas de mis compañeras que justo parece van a salir. Me cruzo cuatro palabras con ellas.

—Oye, Marcela, ¿vuelas? —Pregunta una de ellas, a punto de irse por la puerta.

—Sí, me toca. Voy en el vuelo JKL-09. ¿Y ustedes, chicas? —Les respondo por cortesía, pues no tengo muchas ganas de hablar mientras empiezo a abrir mi taquilla.

—No, no, qué va. Venimos ahora de New Jersey, no nos toca volar hasta en diez días. ¡Que te vaya bien! —Se despide.

—Sí, gracias. Hasta luego. —Les digo escuetamente.

No estoy de humor y lo sé.

Abro la taquilla, viendo una foto de mi marido pegada en el reverso de la puerta. La miro negando con la cabeza. Siento que lo engaño. Presiento que podría llegar a hacerlo.

"Beatriz, sal de mi mente, por favor, te lo ruego"

—¡Señora Valencia, buenos días! —Se oye con mucho ímpetu. Es Paula, que entra sola por la puerta, y gracias a Dios interrumpe mis pensamientos.

—Doinel. —Rectifico. Me jode que me llame Valencia. Ya les diré el motivo.

—¿Todavía no te has hecho el moño? —Lo cuestiona, pues aún llevo el pelo suelto, y la norma de la compañía es que hay que llevar el cabello recogido.

En Mi Siguiente Vida (Marcetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora