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Era domingo, el último domingo de verano.

El calor estaba siendo tedioso, los rayos de sol se reflejaban en las personas sudorosas con rostros fatigados que se paseaban de un lugar a otro. A pesar de estar al aire libre el viento casi no corría, por lo que no había muchas formas de aliviarse del denso clima. ¿Quién en su sano juicio disfrutaría salir en días así? Nadie, claramente nadie, pero ya habían pasado tres días desde que había llegado al pueblo, a su mala suerte, le había tocado hacer rondas de vigilancia ordenadas por la comandante Hange. Así que durante su primer día de descanso le había parecido una buena opción salir a dar un recorrido por el lugar, poder conocer un poco el motivo por el cual la gente decidía vivir aislada del mundo.

Luego de un largo camino entre las estrechas calles había llegado a lo que parecía el mercado, una gran variedad de colores, de gente gritando, intentando atraer clientela y el extraño tumulto de personas arrastrando carretas con frutas con sus semblantes apagados fue lo que le hizo pensar eso. Era bastante feo, de no ser porque le apetecía comprar un poco de agua para refrescarse hubiera continuado con su camino sin rumbo fijo.

No le terminaba de gustar de todo el pueblo, prefería estar en el regimiento del ejército en la gran ciudad, con sus cosas y con las diferentes etnias de personas que entrenaban en el lugar.
Desde que había entrado a la provincia se había conseguido percatar de que todos tenían rasgos muy similares, todos con pieles trigueñas, ojos apagados y cabellos oscuros, de estaturas bajas y poco agraciados. Su misión de conquistar a pueblerinas le resultaría más sencillo de lo que creía, ya que cada lugar por el que pasaba atraía la atención, principalmente por su altura. No le gustaba jugar con tanta ventaja, era aburrido ganar así.

En cuanto llegó a un puesto alzó una de sus manos para llamar la atención del vendedor, quien de inmediato lo asistió.

—Buenas tardes, ¿Qué puedo ofrecerle? —

—Quiero un vaso de agua, por favor.— Pidió con amabilidad.

El vendedor asintió y se volteó para buscar lo solicitado.

Mientras esperaba ladeo su cabeza para poder contemplar los alrededores sin un interés en particular, solo con el fin de matar el tiempo.

Todo era relativamente normal, la gente deambulaba comprando y los niños pequeños se aferraban a las piernas de sus padres para no perderse.

A su sorpresa, entre los presentes, coincidió con un rostro conocido, con la chica panadera que había conocido el primer día, abrazada a una especie de caja, no estaba sola, un hombre se encontraba delante de ella, al cual desde la perspectiva de Jean solo podía verle la espalda ancha. Su tranquilidad se vio perturbada cuando advirtió como el sujeto hizo el ademán de acariciar la mejilla de Juliet y ella con un solo movimiento de mano le golpeó el brazo, evitando el tacto.  Al rededor de Juliet y ese chico no habían tantas personas, por lo que nadie prestaba atención a lo que acontecía. 

𝙬𝙝𝙤 𝙖𝙧𝙚 𝙮𝙤𝙪 𝙬𝙝𝙚𝙣 𝙣𝙤𝙗𝙤𝙙𝙮'𝙨 𝙬𝙖𝙩𝙘𝙝𝙞𝙣𝙜?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora